unDiosUNDERGROUND
Dark Barahona
Le dieron a beber vino mezclado con hiel; pero después de probarlo, no lo quiso beber.
Mateo 27:48
I was looking for some action
But all I found was cigarettes and alcohol.
You might as well do the white line Cos when it comes on top...
You gotta make it happen!
Oasis, “Cigarretes & Alcohol”
Llegamos. Entramos por la parte trasera del hotel; queríamos evitar los fastidiosos flashes. Ellos —los paparazzi— querían estar al tanto de todo. Al principio era pijudo, pero después se convierte en un dolor de güevos. Nada de normalidad en ciertos lugares, nada de perder el control. ¡Por la gran puta! ¡Soy un humano! ¡Odio toda esa mierda de socialite celebrity!
Observé la piscina. En una de las estancias celebraban una boda. Jolgorio y elegancia. Entonces una chica me llamó por mi nombre. Me volteé, miré su sexi vestido, con detalles de transparencia y encajes, abierto hasta las rodillas. La saludé; aunque honestamente no la recordaba.
-Te acordás de mí-, preguntó, nerviosa. Instintivamente ArtikBoy se me acercó igual que un asesino y susurró -Es Silvia-. ¡Ah! Silvia, dije, entonces ella se marchó, dejándome la imagen de su cabellera negra y sus zapatos de estampado animal. Puede que la marca fuese Yves Saint Laurent.
-Andabas pedo cuando la conociste-, dijo ArtikBoy, muy serio. -Sino vas a cumplir, no prometás. Hay que ser parejos en esta vida-. Ni idea, expresé, y empujé la puerta estilo victoriano que siempre me hizo recordar las tabernas irlandesas, exactamente The Stag’s Head, así como también pensé que mi vida además de loca, era compleja.
Caminamos hacia la barra. Recordé la vez en que ArtikBoy ganó en la royal flush. Qué día más loco, me dije. ArtikBoy llevaba puestas sus botas Dr. Martens de nueve pulgadas y su camisa Beautiful War. Sonreía mientras encendía un cigarrillo, sintiéndose quizá un bad boy de los años 60. El bar del hotel, llamado La Bohème, estaba abarrotado. La tenue luz hacía en mí funciones terapéuticas. De repente me sobresalté al ver a Reina, que desde un rincón nos miraba sonriendo. Era la única persona que nos conocía y muy bien. Rápidamente me tranquilicé. ArtikBoy se adelantó, pero no sin antes decir con su voz chillona que buscáramos nuestra mesa. El bossa nova me alegraba, especialmente el cover de Oasis, I was looking for some action but all I found was cigarettes and alcohol. La chica que cantaba lo hacía muy bien, lástima que su collar tenía un diseño barato, era estilo caja de zorro y no armonizaba con sus aretes redondos, no le daba profundidad a la parte inferior de la barbilla; no obstante, lucía un tanto hermosa, su peinado me hacía recordar las películas porno de Anita Blonde.
Recordé a ciertos huéspedes, jóvenes como yo. Sus costumbres, por ejemplo creerse superiores, su tacañería al ir de compras, sus viajes placenteros o por mero negocio. ArtikBoy siempre decía que los huéspedes, precisamente los alemanes, eran pijas de tacaños, también que deseaba que las alemanas gastaran todo su dinero en él, en una gran aventura, sumergidos en tóxicos y rituales de sex simbol tropical, que algunos argentinos eran unos culeros fresones, que caminaban en chancletas y sin ningún centavo; pero que pasaba por alto sus miserias solo porque era full hincha del Independiente de Avellaneda. Definitivamente, en cuanto a huéspedes, ArtikBoy estaba al tanto de todos los pormenores, pero sus favoritos siempre fueron los gringos, canadienses y británicos, porque les valía derrochar sus dólares y libras esterlinas en todo tipo de drogas. Ante ellos y bajo esas circunstancias, Ángel ArtikBoy era un sol tropical, pero frente a los meseros hondureños era un junkie tedioso e insoportable, “Mi kawama está caliente, pendejo”, “¡Mirá este trago, echále más hielo, por la gran puta!”, decía con frecuencia.
Un día conoció a una milf británica en el bar del hotel. Se ofreció a darle un tour por Tegucigalpa. Me relató que primero fueron a los bares más cercanos, que a petición de ella bebieron unos tragos llamados Semen del Diablo, y que entonces, poco después y de repente, el mazacuate se le paró. Ella pidió otra ronda, y después de ver el bulto en su pantalón, le sugirió que fuesen a otra parte. -Fuck, esa maje es el Diablo-, señaló, luego me contó que para que la rubia supiera que él era un tipo parejo y responsable le dijo que fueran al baño a echarse la criatura. -¿Cómo? ¿Criatura?-, dijo la rubia, contrariada. Entonces ArtikBoy comenzó a hacer muecas, como si estuviese esnifando, moviendo efusivamente las nasales. Aclarada la duda, fueron al baño y esnifaron. Después comenzaron a salirse de sus ropas y cogieron como animales. ArtikBoy me dijo que se sintió como un pornstar. Poco después se fueron a otro bar e hicieron lo mismo, luego a otro y a otro, hasta que la pasión fue disminuyendo porque el animal se estaba disipando. -Hay que ajustar más-, le dijo sin disimulos a la británica, entonces, después de hacer números en su cabeza, salió como todo un gigoló en busca de su divinidad. La británica, desvencijada, esperó a ArtikBoy en una cancha de básquet, precisamente en uno de los barrios más peligrosos de Tegucigalpa. -Mirá loco, ya en la madrugada la rubia me aclaró que cuando dije “criatura”, pensó que todo se trataba de un rito sexual, creyó que yo era una especie de chamán-, me dijo, concluyendo entre sonrisas su relato. A mí, ahora, no me gusta casi nada pensar en lo que hacía, pensar en todas las personas que he conocido a lo largo de mi vida. Me aburre narrar mis historias a tipos que no saben quién putas soy.
Comencé a carcajearme como un maniático, luego enmudecí. Miré el collar de ArtikBoy, el tótem de jaguar maya. Le hacía ver exótico. Las extranjeras lo miraban con minuciosidad y decían ¡Wow! Entonces lo recordé muy bien, él me introdujo a los The Stone Roses, The Smiths, Joy Divison y New Order. Siempre me hablaba, además, de su lugar favorito en Manchester, de un antro llamado The Hacienda. Nos hicimos amigos muy rápido. Un día decidimos visitar Roa y exactamente una noche antes de partir, ArtikBoy ganó en la royal flush seis mil dólares. Así alzamos el vuelo. Uff, andábamos locos de tanta criatura. Defecábamos y lo hacíamos esnifando, comíamos y lo hacíamos esnifando; fueron días en los que nuestros latidos del corazón nos salían del pecho como relámpagos. Fuimos a Paya Beach, un resort nudista. Nunca había visto a ArtikBoy tan cagado como ese día, me recordó con su expresión el rostro de los tipos que están a punto de morir asesinados. Pensé también que quizá tenía una verga de cicatriz, o tal vez un solo güevo o más posiblemente, como decía una de sus leyendas urbanas: era hermafrodita. -Loco, ¿cómo vas a andar con el mazacuate de fuera?, loco, por la gran puta ¿y si se me para?, me va a dar pena loco-, decía el cabrón mientras se acomodaba el buzo de los Lakers de los años 90, regalo de su tío Pedro, su tío favorito. ArtikBoy siempre me hablaba de su tío Pedro, quien vivía en Los Ángeles. Me contaba repetidas veces muchas anécdotas, por ejemplo la vez que su tío Pedro llevaba el almuerzo entre su brazo y costillas cuando de repente un mulato enorme lo emboscó con su rottweiler, luego le arrebató el alimento, se lo tiró al perro y le dijo con “Don't eat the shit.” El tío Pedro le mandaba los gastos mensuales de lotería, diaria, casino y criatura. Era el culpable de que ArtikBoy fuera un adicto a los juegos de azar. En fin. Todos estábamos en pelota excepto ArtikBoy. Su buzo amarillo en combinación con su camisa blanca de mangas cortas, además del serigrafeado Cordero de Dios, le hacían lucir como un dealer del ghetto caribeño. Las chicas lo observaban, más que todo por el collar del jaguar maya. Según él, sus rasgos indígenas ante las extranjeras eran los más atractivos, y mucho más cuando se trata de una playa nudista. -Loco, mirá que buena está esa maje. Loco, puta, ¿Te fijás? Se te está parando el mazacuate ¡Loco! qué pija de mazacuate e de negro…-, decía, expresándose con rotunda admiración.
ArtikBoy no toleraba para nada a George, apenas cruzaban palabras. Nada más lo miraba a los ojos después de largas esnifadas, presumiéndole con su voz chillona “es good va...”. George era un cabrón cómico. Soñaba con ser catracho. Le gustaba comer frijoles y escuchar música garífuna. Fue la primera persona, de hecho, con la que hice rafting en La Ceiba. Después de eso se fue a San Pedro Sula, directo al Maison Maya, lugar en el que tus sentidos se alteran eufórica y fabulosamente. -Maje, ¿estoy en Honduras? Si no veo maras, narcos, asaltos y políticos corruptos, entenderé que nunca estuve en Honduras-, me decía, sonriendo maliciosamente. A los días lo encontraron acribillado. Murió por pendejo. Quiso fotografiar un asalto a un taxi; lo que con tantas ansias añoraba ver. Entonces uno de los atracadores descubrió a Georges en su faena y lo acribilló, así de simple. Lamenté la muerte de George. Desafortunadamente, aquí, así es el sistema. Celebramos la muerte, somos unos necrófilos de mierda. Por ello, cuando nos dedicamos a la aventura, nos ponemos siempre súper a pija. Nadie sabe si volverá a casa con vida. Entre otras cosas, hay situaciones pijudas. Por ejemplo, aquí se puede negociar con los chepos. Andás sin licencia en tu carro mientras a lo lejos ves cómo te hacen señales de stop, pero qué más da, no importa, ¡boom!, sacás el billete y te ponés a negociar, y entre más ofrescás te volvés más privilegiado. Si no creen, pueden remitirse a ArtikBoy y hacer de sus anécdotas un monótono epígrafe. Un día, los chepos lo agarraron con una gran charamusca de blow. Comenzó a llorar, alegando que no era más que un maldito junkie. -¿Junkie?-, preguntó el chepo. -Sí, un drogo basura, pues-, prosiguió ArtikBoy. -Ni pija, vas jalado-. Entonces ArtikBoy les dijo que negociaran. Sacó su identificación, diciendo además que era una persona importante. -Ni pija, vos no sos hijo de nadie-, dijo el chepo. Entonces ArtikBoy, desesperado, les ofreció un cuarto de la charamusca, añadiendo votos de confianza. -Ustedes la cortan, la mezclan, y hacen las varas-, dijo. -Ni mierda-, señaló uno de los chepos; mientras el otro evidenciaba su interés ante la propuesta de ArtikBoy. -Compa, mírela, que bonita está. Tóquela. Animal puro compa-. -Vaya pues, dividí vos esa mierda y pelátela de aquí-, expresó el chepo, convencido. Así fue. Ángel comenzó a fraccionar la coca, mientras les sugería a los chepos, y nada más porque era parejo y buena onda, que compraran el 14, ya que estaba seguro que ese número jugaba esa noche en La Diaria. Los chepos sonrieron y se despidieron felices.
En fin. Me sentía, ahí, en esa playa nudista, como en una mansión lujosa y la más alejada de todas. Pedimos lo de siempre, Red Bull con Vodka. Fue así como después de varios tragos ArtikBoy se dignó a contarme su amorío con una madame que conocía. -Esa maje tiene un gallo salvaje-, dijo, mientras derramaba un poco del trago por las comisuras de la boca. Yo me limité a observarlo. Me cansó, hablaba mucha mierda. Quise en ese instante pasar una larga temporada en estado de coma. No sentir, decir ni saber nada; pero lo poco que pude hacer fue sumergirme en el recuerdo de una conversación añeja, precisamente una conversación que tuve con unos viejos junkies. Me contaron cómo se podía estar en estado de coma. Conocían a un neurocirujano que además era alquimista, también me contaron algunos rumores sobre él. Según ellos, tenía una clínica clandestina donde recetaba disparos como símbolos de moda cruel y masoquista. También practicaba abortos, era traficante y además era un chamán con un trend extremo y un cerebro blindado de pura tecnología abominable. Era frío, distante; pero, a pesar de todo, su temperamento era similar al de los demás abuelos, amoroso con sus nietos. Le dije a ArtikBoy que ya me meaba. Avancé hacia el baño recordando a los tipos que visitaban el bar del hotel. Todos aparentaban estar bien, excepto uno, AluzinBoy, quien siempre estaba ebrio y con un séquito de prepagos. Casi todo su sueldo iba a parar a las arcas del hotel. Trabajaba como administrador en una tienda de aparatos eléctricos, donde seguramente hacía desfalcos. Siempre andaba bien vestido y hablaba como todo un player. Me miraba y se acercaba para conversar sobre fiestas, o para preguntarme por tal persona; pero siempre supe escabullirme. Luego pensé en FatBoy, quien trabajaba en la Cancillería. Un tipo repugnante, excesivamente gordo y además cocainómano. Siempre que se embriagaba hablaba de Madrid, de su estadía por allí, destilando inseguridad y envidia con sus ataques de agresión, ataques a personas débiles y desvencijadas. -Cuando estaba en Madrid era delgado-, solía repetir, además de gritar con euforia que era un gay triste y asolapado. En el otro extremo estaba Anabel, a quien nosotros con ArtikBoy apodábamos Anahell. De haberla visto dirían que era muy guapa, sofisticada, VIP. Depilaba sus cejas en forma de arcos porque así le daba un mejor efecto a su rostro y mandíbula. Siempre se vestía con tops sin mangas, chaquetas largas de botones grandes y botas de cuero puntiagudas. Te hacía pensar en fetiches y en bondage. Era una tipa divorciada con una extrema adicción a los medicamentos prescritos, puesto que la cocaína ya le había desgarrado parte del tabique. Recibía además una buena pensión de parte de su ex marido, un árabe trastornado, la que derrochaba con los junkies lameculos con quienes se llevaba. Los días martes y miércoles eran los más duros, porque para esos días no tenía ni un centavo para continuar con su estilo de vida. Entonces fingía auto asaltos o empeñaba los Gadgets de sus hijos. Era un vampiro tóxico y una depravadora psíquico-emocional.
Todos estos hijos de puta están locos, me dije. Llegué al baño, envuelto en una especie de tranquilidad. Observé el símbolo del león furioso, incrustado en el pomo de la inmensa puerta de caoba. Recordé cuando hice el amor con Aurellic. La follé bruscamente sobre el lavamanos, y precisamente porque siempre pensé que era la mujer de un pornstar. Ella siempre quiso amarme, pero lastimosamente yo no estoy muy adaptado a las sensaciones de este mundo. Después de follármela se largó. Lo nuestro era una open relation; pero manipulada por un salvajismo primitivo. A veces pasaba meses sin saber nada de ella, entonces añoraba su hermoso culo, sus sofisticados blowjobs. También sus labios, eran como los de Vanessa Paradis. Oriné, esnifé más cocaína, enmudecí. Vi a mi otro yo en el inmenso espejo, entonces esbocé una sonrisa perdida y perversa. Así permanecí hasta que me abrumaron las interrogantes. ¿Hacia dónde voy? ¿Quién soy? No dejaba de fruncir el ceño. ¿Quién putas soy? ¿Seré nada más que un junkie? Gritaba, me carcajeaba, insulté al espejo y salí del baño, abrazado a la idea de que al menos deberían quedarme unos cinco años de vida. Estaba furioso, si alguien me hubiese visto diría que estaba a punto de asesinar a alguien. Pensé en ArtikBoy. Llevábamos años de conocernos. Me resultó imposible no desempolvar nuestro primer encuentro. Teníamos alrededor de siete y ocho años, respectivamente, y cursábamos la clase de natación. Él fue un pilar fundamental en mi vida. Recuerdo nuestras piñatas, fuck, nuestras piñatas eran las más locas. Un día ArtikBoy reventó una de ellas, quedó paralizado de la emoción, los dulces salieron disparados como gotas de lluvia de mayo. Quién lo diría, pero esa fue nuestra primera adicción. Los demás niños saquearon el suelo y él no consiguió nada de su botín, ni siquiera un tan solo dulce. Recuerdo también que mi madre lo fotografió, además estoy seguro que él aún conserva la foto. Unos años después, lo recuerdo muy bien, bebíamos en el Cementerio General. ArtikBoy se puso a llorar sobre una tumba que, supuestamente, era de su tío Santi, diciendo entre sollozos que su madre lo bautizó con el nombre Ángel a sugerencia de ese mismo tío. Lloraba y lloraba, mientras los demás nos limitábamos a escuchar sus berridos. -Lo siento-, le dijo La China, apoyándose en su hombro. -Puta, qué cagada que no lo conocí-, añadió ArtikBoy, entre lloriqueos. Entonces comprendí que todo se trataba de un maldito drama queen. ArtikBoy luce como el indio Lempira que está en los billetes de a uno, a diferencia que sus ojos son verdes. Antes jugábamos al fútbol todos los domingos, pero siempre terminábamos peleándonos con el equipo rival. Eran potras somnolientas entre tóxicos y alcohol. Sus equipos favoritos eran el Real España, de San Pedro, el Queens Park Rangers de Inglaterra y El independiente de avellaneda. Además, entre sus peculiaridades estaba el hecho de que le daba miedo volar en aviones, pero no volar sumergido en otras sustancias. Su padre, a quien consideraba un enemigo, era un famoso periodista con fama de borracho, iracundo y energúmeno. Le gustaba jugar al Béisbol. Quiso inculcárselo a su hijo, pero este prefirió la botella y la bohemia tóxica. Su padre, además, siempre me observaba con repulsión. Pensaba que yo me había cagado en la vida de su hijito, pensaba que era mala influencia; pero eran cosas que nada más le decía a su esposa, ya que temía que mi padre le quitara la pauta publicitaria si llegaba a darse cuenta de sus berrinches. Su madre, por otro lado, era una buena señora. Educada, respetuosa, una cristiana empedernida, quizá por ello toleró constantemente las locuras de su hijo. Si ArtikBoy gastaba su dinero en algún bar, ahí estaba su madre, si caía en la cárcel, ahí aparecía de nuevo llevando entre las manos un manjar. A veces, cuando ArtikBoy andaba bien pedo, me aclaraba que si no le iba bien en la música se volvería un pornstar, ya que era una persona bien dotada. Pero sólo decía esas cosas cuando andaba empanterado. También me expresaba que tenía un affaire con una reportera, una chica que trabajaba en la sección rosa de un canal de TV —a la que el cabrón le pasaba información sobre mi familia y mi vida personal; pero esa fue una situación a la que nunca le di demasiada importancia—. -Loco, es una perra de agua, sólo la tirás al suelo y bang-bang-, decía, rabiosamente, entre ademanes. Miré a ArtikBoy al volver del baño. Sonreí. Está loco, me dije, y luego me acerqué. ArtikBoy platicaba con un señor de aspecto extranjero, barba blanca y llamativa. Hablaban de música. Nada más escuché algo sobre la trompeta de no sé quién. Me lo presentó. Su nombre era Frank Dellauc, quien luego me dijo, con español deformado, que por ahora era de Honduras, pero que tenía descendencia rusa y francesa. -¿Tú a qué te dedicas? lososj-, me preguntó, con mucha curiosidad. Le respondí, titubeando pero con suma amabilidad, que era editor, y que además era mi fantoche de felicidad, el proyecto que más me emocionaba; le dije que también trabajaba en negocios familiares, joyerías, mineras, pero que sin duda lo que más me gustaba era la casa editorial, especialmente la revista, que trataba sobre cultura punk. Contrario a mi hermana, quien nada más operaba las revistas de alta sociedad. -¿Cómo se llama la revista? izvinitye myenya-, prosiguió. Estén Magazine, respondí, sintiendo como desprendía su olor a libros viejos.
Entonces Dellauc miró a ArtikBoy diciendo algo para sí, luego le preguntó si sabía la canción de no sé quién. ArtikBoy comenzó a arpegiar, mientras yo me sentía ignorado. A lo mejor el tal Dellauc pensó que mentía o que era nada más que un alucineque, el típico cabrón de estos lugares. Quizás nada más debí decirle la verdad: solo era un junkie borracho que fantaseaba con estar en coma. ArtikBoy cantó la vieja rola Hurt, de NIN, “...I hurt myself today/to see if I still feel/I focus on the pain/the only thing that's real...” Decidí no hablar, nada más escuchar. Pensé en los efectos de la ketamina mezclada con vicodín e imaginé que era un caballo muerto. Y en eso estaba, hasta que Reina apareció preguntando si todo estaba bien. Le respondí que no. Ella guardó silencio y luego, haciendo muecas, le pidió a la mesera la misma dosis para todos, sonriendo, arqueando con su mano la oreja derecha. -Philip, loco, ¿vamos a ajustar la criatura?-, me preguntó ArtikBoy. Le respondí que sí. También le pregunté si recordaba cuando decidimos llamarle criatura, porque él no quería que nadie supiera del animalito. Era raro ver a ArtikBoy sonriendo, pero ese día lo hacía, dándome la razón.
Un imperio construido a punta de mierda, un interior desolado. Soy la rama seca que alguien tiene que cortar, echar al fuego y porque puedo dañar a alguien. Eso me decía mientras la embriaguez me tomaba por asalto. También sentía como el químico comenzaba a desamarrar todo su efecto. Quería más, un trago más, una cerveza más. Me levanté y le dije a ArtikBoy que nos largáramos. Mr. Dellauc preguntó, con sus acostumbrados dejes de curiosidad y un español más claro, hacia dónde nos dirigíamos. -A buscar chicas y tóxicos-, le respondí. -¿Qué clase de tóxicos? ostorozno-, preguntó, haciendo una especie de neuma con los dedos de su mano izquierda, evidenciando sus grandes argollas. -Sus anillos son hermosos-, señalé. Uno de ellos me hizo recordar el que utiliza Green Lantern, el otro se veía tenebroso, debía ser muy especial y ancestral. Mr. Dellauc encendió su pipa, abrió los ojos como un esquizofrénico. -Cuando tenía tu edad era como tú lososj. A diferencia que estaba en una sociedad que todo lo observaba-, señaló. -¿Qué todo lo observaba -, interrumpí, pensando que Mr. Dellauc no era más que un estúpido maniático. -¿Tú sabes de eso? vi ponimayetye myenya-, preguntó. Yo no hice más que verlo apáticamente. Queremos tóxicos que nos hagan sentir el suelo como esponja, aclaré. -Ah, eres un cosaco козак-, dijo Mr. Dellauc, chasqueando la lengua.
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-Las sociedades que todo lo ven, son fraternidades mi querido Philip, ¿sabes? Cuando estás haciendo el trabajo mal, siempre hay amigos desconocidos que vienen en tu auxilio-. -¿Dellauc, vas o te quedás?- le dije, enérgicamente. -Esta es mi convención, ustedes van a la suya oovidimsya-, dijo, dándonos además su tarjeta de presentación. Ok, exclamé, sintiéndome hijo del mismísimo Satanás. Guardé en mi abrigo la tarjeta y avanzamos, pero no sin antes decirle a Reina que pusiera todo a mi cuenta. Tomamos el taxi. Le pregunté a ArtikBoy si lo que decía Dellauc al final de cada frase era ruso. -Por supuesto loco, puro ruso. Me enseñó a decir Dasviñada, que significa “hasta pronto”-. -¿Cómo están mis compas?-, preguntó el taxista regordete, interrumpiéndonos, viéndonos por el retrovisor. ArtikBoy le dijo que estábamos pijudo; yo le dije que nos llevara al lugar de siempre. El taxista subió el volumen al estéreo. Lo que sonaba era una versión de La Flaca al estilo curruchunchún. Casi me parto de tanto carcajear. ArtikBoy nada más alcanzo a decir que se habían cagado en la rola. Entonces le pregunté a ArtikBoy de dónde conocía al tal Dellauc. -Ese maje es otro pedo-, manifestó. -Siempre llega al bar, especialmente los jueves, por el jazz. Es amante de la música de Thelonious Monk, Duke Ellington y también de Charlie Parker. Sabe mucho. A veces se me viene al morro que es una especie de hombre lobo. Sabe de guerras, geopolítica, es doctor además, exactamente neurocirujano. Es buena onda, la verdad. Sabés, hace poco me habló de libros raros; mitología nazi, nórdica, de mesopotámia, de los mayas, fue aquel día que te enojaste conmigo porque perdí el animalito. Bueno, pues, cuando te fuiste al rato apareció él. ¿Adiviná con quién?-, prosiguió, mientras se metía el meñique en las fosas nasales. Le respondí que no tenía ni la menor idea. -Pues con la vicecanciller. Esa tipa sí que está buena-, continuó, esta vez mientras se daba a la tarea de encender un cigarrillo. -Pidieron vino chileno, whisky, pero yo me lo tomé casi todo, ellos a puras cachas beben. Fijáte que ese Dellauc usa barba porque tiene una herida de guerra. Peleó en Afganistán, Kazajistán y Pakistán, también es amigo de muchos presidentes y ex presidentes en el mundo-. Le comenté a ArtikBoy mis inquietudes, por ejemplo que el tal Dellauc era de manos frías, que su piel parecía de mentiras, que lucía como un muñeco de cera con barba postiza, y mientras bajaba del taxi en mis adentros me decía que sí, tal vez era alguien importante o definitivamente un hombre lobo o vampiro.
Canté para mí, Goes away at the End. También recordé el editorial de la primera edición de mi revista, que escribí entre vicodín, moloko y la criatura: “Estén los que estén, y los que no estén, seguiremos buscando la taxidermia social. Amigos, esta es nuestra primera edición de la Estén Magazine, háganla su fantoche favorito, tómenla como un manual, tómenla como ese barómetro social de esta suciedad. Después de estar retrasados en la edición, por cuestiones complicadas y mierdas personales, o tal vez por conspiraciones del destino y el mal karma, aparece por fin el Golem, este engranaje de texto e investigación. Vivimos últimamente un drama fascista light, ¿Perfectos para qué? Para el materialismo vulgar, para los halagos. Pienso en algo que dijo el maestro Gainsbourg: “La fealdad tiene algo de superior a la belleza: dura más”, ¡ojo! Diré también como mis mates money is not all! Desde luego, hay motivos para rasgarse las vestiduras, pero para mí la irritación no está en ganar más o menos dinero (tengo muy presente “El traje nuevo del Emperador”). Nuestra rabia está (mal) enfocada en la crisis económica, pero ¿Qué pasa cuando vienen los chinos con la alcancía llena para comprarnos la deuda? Pues que sonreímos hasta que la mueca nos provoca agujetas y no les preguntamos por los derechos humanos o la libertad (muerte a Osama) del Premio Nobel de la Paz (Obama ordenó asesinarle). Nuestros colegios no son bilingües. Discutimos de todo y con todos sin tener a menudo la información necesaria sobre el tema.
Nos relacionamos a voz en grito. Nos falta mucho en educación cívica. El primitivismo y el atraso aún conviven en nuestro ADN, mientras los medios, temerosos por su supervivencia, impulsan las malas noticias para apuntalar el share. Dicen que no vale la pena luchar. Yo de todo esto no me creo nada. Miren, este es un Estén, la historia de una lucha que continuará cada mes. Así que elevemos el autoestima, miremos a nuestros familiares, pareja, amigos, amantes, compañeros, novias, enemigos, vecinos, y digamos otras rutas, otros placeres; vivimos para ser un sólo paraíso. ¡Ah!, les debo un gran agradecimiento a todos por su paciencia y fe. Sé que nunca pensaron que era un felón. ¡Salud mis amigos, y bienvenidos a Estén Magazine!”.
“La exaltación del amor propio, peligrosa a los espíritus vulgares,
es útil a un hombre que sirve un ideal”.
Albert Camus
Entramos por fin al Night Club Teguxxx. Los dólares estaban nerviosos en mis bolsillos, los volvería añicos. Analicé cada uno de los movimientos de la chica que danzaba, enrollándose majestuosamente por el tubo. Sí, era una víbora, mi futura versión catracha de Nyomi Banxxx; pero luego me volteé, considerando que ella no era más que un jinete sin ruta recién salido de prisión. Todos estaban alegres, gritando himnos vulgares. A veces malos olores emboscaban mis fosas nasales. Era un ambiente dark con ritmos tropicales. Un poser intelectual, excesivamente ebrio, se me acercó señalando que me había visto en el diario La Verdad. Yo nada más sonreía, y por cómo lucía con esos espejuelos. Entonces comenzó a dialogar con su lenguaje técnico y gastado. -Sé que te gusta la pintura. Te he visto en las exposiciones de Vizquerra. También te vi en la presentación del libro El Vago Strauss-, expresó. -Pero no me has visto diving en Utila -, añadí. -¿Eso qué es?-, preguntó. Le dije, con recelo, que era bucear al fondo del mar. -Yo no tengo dinero para ese tipo de lujos-, aseguró. -Trabajá-, le dije. -¡Aquí no se habla de libros, por la gran puta!-, apareció diciendo efusivamente ArtikBoy, quien seguramente escuchó parte de la conversación. -¡Entendé, por la gran puta, que somos una biblia de neón en alta gravedad!-. -No viejo, relajáte, aquí nadie está hablando de libros-, aclaró el poser intelectual, asustado. -¡Decime entonces porqué la selección alemana utiliza el uniforme verde, pues, por la gran puta!-. El intelectual no dijo palabra alguna. -¿Ves a este Philip? Decile vos, explicále porqué utilizan el uniforme verde-, prosiguió ArtikBoy, destilando saliva y encorvándose como dragón de Komodo. -Ireland, Irish, Ireland-, respondí, con el pulso acelerado y proseguí fue la selección irlandesa la única que quiso jugar contra Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. -¿Ves?-, dijo ArtikBoy, dirigiéndose al intelectual, -¡Ahora me pasás las varas para ajustar el animal!-. Pedí un whisky, entre sonrisas. Le di un ticket al poser intelectual para que bebiera lo que deseara. ArtikBoy estaba en el baño. Fue entonces cuando vi a Yesenia, quien luego se me acercó diciéndome al oído que, como siempre, me tenía reservado lo mejor. El intelectual se puso nervioso, pensando quizá que secreteábamos sobre drogas. -Hey, Philip, gracias por los pases VIP de la otra vez-, dijo Yesenia. -Desde que la selecta clasificó al mundial no te miraba-. Luego miró al poser intelectual con dejes de repugnancia. -¿Qué hacés con este man tan aburrido? Mirále los zapatos… Este hijueputa viene aquí y le escribe poemas de amor a su mujer, pero después de follarse a las putas más feas y enfermas de acá-, añadió. Yo nada más sonreí. Luego le dije a Yesenia, elevando la voz, que quería ver la mercancía. En eso apareció ArtikBoy, quien acababa de conquistar a una puta a punta de serenatas; pero al ver lo que Yesenia tenía para mí, ignoró por completo su conquista.
-¿Qué te pasa loco?-, me preguntó ArtikBoy, al notar que mi semblante había decaído. -Te imaginás que mi madre se diera cuenta de lo que hacemos-, respondí. -Eso nunca pasa loco-, aseguró, optimista. Miré a mí alrededor, exactamente un punto de referencia: dos camioneros panzones y fornidos. En la esquina las tipas hacían Lapdance. Tenía la garganta reseca. Tomé un sorbo de whisky preguntándome qué diablos hacía en ese lugar. Recordé al amigo de ArtikBoy, el tal Dellauc, quien hablaba de sociedades secretas y fraternidades. Me dirigí al baño. El reggaetón era incontrolable; aunque a veces sonaban canciones románticas, particularmente de Camilo Sesto. Al llegar, comenzó a sonar una rola distinta, una del Buki. Todos coreaban viendo a las strippers como si fuesen rockstars. Al salir del baño miré de nuevo a mí alrededor. Un paso a la cárcel o un paso a la morgue, aquí no hay límites, me dije. Recordé que antes de llegar al hotel estuve con La China. Los chinos son sociedades secretas. No te dejan ver o entrar a sus casas. La China me contó que había ganado mucha plata en el casino. Una china junkie en el casino es freaky para nosotros, pero normal para ellos. La China me contaba historias de Shanghái, sobre la mafia, su familia, sobre los perturbados, controladores y fascistas que eran. ArtikBoy le tenía fobia a los chinos. Cuando estábamos con La China callaba y esnifaba a lo zombie. Las palabras que apenas intercambiaba eran: -Ajustar, criatura, kawama, billete, y ¿cómo se dice tal cosa en chino?-. Siempre he pensado que su fobia a los chinos provenía a causa de una intoxicada que se dio comiendo Chop Suey. Continuamente aparecían varias hipótesis sobre el tema; pero eso ya no importa. Bebimos con La China como cosacos. Luego se marchó como un fantasma que visitó nuestro inframundo. Nunca estaba con nosotros más de tres horas, todo un misterio. Su carcajada era cómica, y sumándole su xie xie, el único resultado era pensar en sus pequeñas tetas. Miré a Yesenia, estaba como perdida en el espacio. Las bocinas escupían The Sound of the Silence, de Simon and Garfunkel. -Vámonos Philip-, dijo Yesenia, -ya estás bien pedo-. Nos esperaban dos taxis. No utilizaba mis autos porque me había accidentado tiempo atrás, gracias al etanol. ArtikBoy siempre me exigía que fuésemos por las criaturas en cualquiera de mis automóviles; pero siempre le respondí que no. Entonces aparecían sus persistentes frases de manipulación. -No tenés güevos. Vamos loco, dejáme cerca y lo demás lo transito a pie, puta, solo apagás las luces y ponés las intermitentes. Estamos envejeciendo, vamos ombe-. La única forma de enmudecerlo era mencionándole el accidente que tuve con Eugene. Era costumbre salir por la puerta trasera. ArtikBoy traía a espaldas la guitarra y una cerveza en cada mano. Yo avanzaba recordando a mi primo Diego, a Vincent, a Óscar el JungleBoy, a La China y por supuesto a Eugene. También pensé en mi compa loco, El DannyBoy. Era inevitable no sonreír al recordar a un cabrón tan extremo. Un tipo que había hecho de todo. De hecho, fue el primero que me defendió en un vergueo y el primero que me regaló una manopla. Recordé sus ojos adornados por sus grandes cejas y pestañas. Definitivamente era un raro espécimen. Un día dejó todos los tóxicos para dedicarse a disciplinas y cosas raras. También recuerdo que el DannyBoy me mostró una chapa de agente de investigación. -Me la robé, quiero hacer algo emocionante-, me dijo. Y en eso estaba, rememorando, cuando de pronto ArtikBoy desbarató todo, diciendo con su voz chillona que la criatura estaba buena. -De verga a verga, Philip, esta mierda está buena-, dijo, y esnifó. Abrí la ventana. Encendí un cigarro, exhalé el humo y pensé en las aguas termales de Santa Bárbara. Luego me recosté, cerré los ojos, dispuesto a descansar, cuando de repente lo recordé, sí, tenía que ir donde Los MilpaBoys. Le dije al taxista que desviara su ruta. Él asintió, mientras cantaba junto a Yesenia, “...Que no quede huella, que no, que no, que no quede huella...”. Cerré los ojos. Yo era el sol que hacía sonreír al mundo. Luego me imaginé conversando con el sol, arrodillándolo. Pensé en la distancia del sol referente a la tierra. Fuck!
-Llegamos-, dijo Yesenia, y volví a la realidad. Me bajé endemoniado. Tomé a mi Nyomi Banxxx de la mano, casi arrastrándola. Entonces vi a una tipa hermosa. Era una chica alta de ojos verdes que destilaba lascivia por todas partes. Saqué mentalmente sus medidas físicas. Me acerqué a ella y le pedí un trago. Ella accedió. Me lo tomé de un tirón. Me dijo que era francesa, balbuceando cómicamente. Entonces le dije, en francés, que fuésemos a coger al baño. Rehusó mi propuesta alegando que estaba muy ebrio. Volví a decirle en francés que fuésemos a coger como animales. Volvió a responder que no. -¿Cómo sabés francés?-, me preguntó. Le dije que me lo enseñaron en el kínder. Luego volví a repetir lo de follar en el baño, pero esta vez en español, y Nyomi me soltó del brazo. -Me llamo Laura-, me dijo, y se marchó al ver llegar a Yesenia. Bailé. Canté la rola de Bob Marley que sonaba, “...I wanna love you/ I wanna love and treat you right...”. Bebí más, mucho más, hasta que harto le dije a mi séquito que nos largáramos.
Fuck! Necesitaba una dosis más. Me sentía muy mal. Pensé que moriría, precisamente en el paralelo veintiuno de mi corta existencia. Abrí bien los ojos y me di cuenta de donde estaba. Los recepcionistas me saludaron amablemente. ArtikBoy venía en el taxi de atrás. Sabía cuál era mi suite. Tomamos el ascensor. Recordé a aquel viejo pintor, Gorgues. Tegucigalpa, Philip, me dije, recordando que lo entrevisté en aquel café bohemio. Conozco Tegucigalpa, me repetía, y recordaba los cuadros de Gorgues, magníficos. Mientras lo entrevistaba hizo un retrato mío. Mi lugar favorito de Tegus, es el Downtown, le dije. -¿Qué?-, dijo Nyomi. Estaba pensando en voz alta. En fin. Las chicas se sentían cómodas conmigo, hasta que, súbitamente, sufrí un mareo. Aumentó mi temperatura corporal. Sentí comezón en la espalda, ano, abdomen y pecho. Lo sabía, era la abstinencia. Por suerte tenía una dosis escondida en el armario, en una de mis botas. Salimos del ascensor. Apresuré mi paso. Una de las chicas me preguntó si estaba bien. Saqué la llave electrónica, ignorando a la chica, y la pasé por el cerrojo. Al entrar perdí unos minutos contemplando la pecera. Me encantaba ver las mantarrayas, los peces gato. Busqué la bota, saqué mi dosis e inhalé, sabiendo que me sentiría mejor, que volvería a sumergirme en ese estado tan satisfactorio. Una lágrima se me escapó. Allí están mis arpías, me dije, y me sentí completamente renovado. Las chicas miraban las pinturas de Santos Quioto que adornaban la sala, mientras ArtikBoy, quien ya había llegado, explicaba sus significados. Estiraba el cuello y hombros, ofrecí de mi dosis. -Poné algo de música, Philip-, escuché, y coloqué algo de bossa nova. Estábamos cómodos. Inhalábamos. “...Ella, ella ya me olvidó, yo, yo la recuerdo ahora...” comenzó a cantar ArtikBoy, mientras yo tomaba a las chicas para llevarlas al baño. Ellas decían que yo tenía extraños fetiches, placeres extremos, técnicas muy buenas y locas, decían que era un artefacto lleno de magnetismo porno. Ambas comenzaron a hacerme un blowjob. Yo las miraba como si fuese un director de cine porno. En realidad era un boybang, no un one direction, menuda confusión más tonta. ¡Ah! por cierto: el nombre por antonomasia dentro del boybang no es Robbie Williams ni Justin Timberlake, sino Rocco Siffredi, creo, o de Rico Strong. Mucho sloppy, lenguas, mucho cunnilingus. Mirénme babes, gritaba, como un dios subterráneo, sumergido en otras rutas, otros placeres, vivimos para ser un paraíso. -Así es papucho-, repetía Yesenia, mientras me la chupaba. De repente escuché el knock knock de la puerta y la voz llorona y aguda de ArtikBoy. -Loco, dejáme alguito, loco, puta, mirá que ando con los chimbos llenos, loco, recordá el día que te dejé a aquella chava en bandeja de plata. knock knock knock Loco, no seas basura, recordá aquel día que te dejé el animalito, yo me quedaba sin nada, loco, pensé que éramos pijas de aleros, dejáme alguito loco, me voy a pelar si no abrís la puerta-. ¡Corte! me dije, como si filmara. -Ese amigo tuyo si jode-, dijo Nyomi Banxxx. Abrí la puerta y salí. ArtikBoy estaba con el mazacuate de afuera, lo sostenía con ambas manos. -Miren-, decía, -Tengo el mazacuate grande-. Pero las chicas no querían con él. -Quiero alguito, pero que no me mire Philip, no me gusta que me vean cogiendo, eso es de culeros-, continuó. ¿Y cómo hacés cuando ves porno?, le grité. -Eso es diferente. A esos majes no los conozco, a vos sí-. Las chicas se incomodaron de tal modo que salieron del baño, pensando quizá que nos íbamos agarrar a vergazos. ¡La cagaste! le grité. -Puta loco, hablaste de hacer una porno…-. Yo sé que ArtikBoy estaba feliz de que no me las follara. “Así estamos parejos”, diría, el muy hijo de puta.
Froot loops y sacos llenos de frijoles
The Ramones, “Hey! Oh! Let’s go!”
Luchaba por ser natural y puro. También recuerdo cuando rompí mi burbuja. Después de eso, comencé a ver la vida tal cual es: un lugar estúpido, un lugar light y fascista. Es como ver un pedazo de plástico. Sé que para la mayoría no era más que un vago con plata y tenían toda la razón; pero nunca tuve ni tengo tiempo para escuchar estupideces. Que soy muy egoísta, etcétera. Tampoco existen fórmulas en mí. Soy único y cago mi propio placer. Mis ex compañeros de la Saint Élite School, tenían una línea a seguir. Recuerdo que se cagaban al ir a Comayagüela, por eso nadie quería ir a dejar a La China. Comían Ice Cream y cagaban rosas, mientras yo, por otro lado, era extremo y verdadero; aunque cualquiera podría decir que solo era un rebelde pop con dinero. Había otros compañeros muy buenos como personas y como alumnos, pero siempre fueron los que nunca se quisieron infectar en este país corrupto, político y caótico, así que optaban por estudiar en el extranjero.
Desde que rompí la burbuja me hice manipulador, frío y distante. Viajé, entendía mi búsqueda. Lo duro fue darme cuenta que no venía en una caja de Froot loops, sino en un saco lleno de frijoles y gorgojos. Contemplar tu fétida realidad es la mejor sensación del mundo y claro, junto a cualquier tóxico, mucho mejor que cualquier filme. Es lindo sonreírle a un mundo donde la gente es honesta y pulcra, pero todo es patrañas; aquí todos quieren que estés jodido. Es como dice La China, -Si aquí te asaltan lo primero que preguntan es qué te robaron, no preguntan si te dañaron. Aquí estos hijos de puta se toman selfies con los cuerpos inertes-.
Contemplé el cuadro Feto-Bomba que un día un amigo me regaló. Entonces de reojo observé a una de las chicas. Sé que le fascinó el tatuaje que llevo el abdomen, un Kraken. También escuché a ArtikBoy hablar de su infancia, sus días de niño freaky. Decía que fue criado sobre sueños de caricias frías, entre Tegus y San Matías. Volví mi rostro de nuevo hacia la chica. Me regaló una honesta sonrisa. Le dije que se acercara. Lo hizo. Me preguntó si me gustaba el hardcore sex. Le respondí que sí, mientras miraba el hilo dental rojo de la otra chica y su piel canela. Entonces puso su rostro contra mi pecho y lo besó. -¿Qué infierno te hizo sonreír así?-, le pregunté, mientras contemplaba nuestros cuerpos desnudos en el espejo del techo. -No sé. Creo que fui yo misma-, respondió, y comenzamos a sonreír, a carcajearnos. Luego preguntó a qué me dedicaba, señalando que de no ser un capo, sería una gran estrella de rock and roll. Le respondí que de niño había extrañado a mucha gente, que eso me había hecho fuerte. Entonces, algo confundida, volvió a preguntarme a qué me dedicaba. La otra chica se levantó de la cama. Yo sonreí y recordé algunas frases que mi padre leía en voz alta, en alguna parte de El Extranjero “...Un ideal, este se cristaliza en dignidad, y aquellos lo degeneran en vanidad...” También pensé en las palabras del gran tenista Torbe Ulrich “...Yo era un hombre soñando que era una mariposa, o ahora soy una mariposa soñando que soy un hombre?...”. Así permanecí por largo rato, pensando en grandes frases, escuchando nada más a los latidos de mi corazón. Luego pensé en Dellauc. Lo imaginaba como un muñeco de cera denotando un gran misterio. Me parecía que era un tipo que sabía hacia donde iba. Su barba de Santa Claus inspiraba bondad; pero también algo, muy en el fondo, me hacía pensar que era un viejo lobo de la mafia. -¿Dónde estás?-, preguntó Nyomi Banxxx. La tomé del brazo y la besé.
If you wanna find out what's behind these cold eyes
you'll just have to claw your way through this disguise.
Pink Floyd
El amanecer llegó junto al recuerdo barroco de mi ex mujer. El estéreo estaba a todo volumen. Todos me veían con cierto misticismo. Decidí correr hacia la inmensa ventana corrediza de la suite. Llevaba puesto mi albornoz hoodie y mis lentes ovoides. Sentí las ráfagas furiosas del viento. “...There's one smoking a joint, and another with spots! If I had my way I'd have all of a shot...”, grité. Una de mis canciones favoritas de Pink Floyd. Andaba pedo. Creía que era un rockstar, una mezcla de Waters con Casablancas y fuselaje cacique cosaco. Todos miraban mi estado patético de frenesí. -Con Philip tenemos pensado formar una banda de rock and roll. Este loco es un buen cantante-, dijo ArtikBoy, mientras aplaudía. Me eché a reír. De repente apareció Aurellic, y no hice más que contener mi sorpresa. Luego de ver su elegancia, su chaqueta gris estilo cárdigan, aspirar su aroma y sentir de golpe su flash de cámara digital, mientas a la vez decía -Je reste a la maison-, recordé de súbito su última despedida. Pero luego sonreí, porque comenzó a insultar a todos en francés. También observé sus labios carnosos. Con expresión de Vanessa Paradis se acercó a mí y nos besamos. Su aroma me volvía loco, y su español a veces catracho y a veces madrileño, también. -¿Qué pensastéis, que no regresaría?-, me dijo. Ha pasado mucho tiempo, respondí, inmediatamente. -Vamos a la cama. Echa a tus amigas, tu mujer ha regresado-. -C'est d'accord-, le dije. Aurellic saludó con un beso en cada mejilla a ArtikBoy, a las chicas nada más les ofreció la mano. -Loco, sos un grande-, dijo ArtikBoy, al levantarse del sofá estilo retro y con la voz esta vez modulada. -Siempre he pensado que sos un genio-. -Calmáte-, le dije, -sigamos la party-. -No. Loco, tenés muchas cosas que hablar con ella-, sentenció. -Ya no sos el mismo-, le grité, -¡sos un buchón, sos un buchón, sos un buchón!ArtikBoy comenzó a reírse. -Vos sos el dueño de este paraíso-, dijo Nyomi Banxxx. Les dije que esperaba con ansias volver a verlos, mientras ArtikBoy se colocaba la chaqueta y tomaba la guitarra. Parecía un PIMP. Poco después, tumbado sobre la cama, con un trago en la mano, pensé en mi niñez. Nací un 14 de octubre, a las cuatro de la tarde. Quizá por ello después de las cuatro me siento con mucha más energía. Soy libra, vaya capricho astrológico. No hay en mí ningún balance. Mi madre suele repetir que nunca lloré, y que le aterrorizaba la idea de que fuese mudo. Me gustaba mucho pintar y escuchar música. Soy el segundo hijo. Mi hermana mayor y yo pasábamos días extraños, buenos y malos. Siempre divagamos juntos por los inmensos pasillos de nuestro territorio. Jamastrán, Estelí, Cerdeña, León, Dresden, Miami, París, San José, Bay Island, San Pedro Sula y Tela. Siempre que caía ella me levantaba, si me atrasaba, me esperaba. Nos gustaban las brochetas de cordero al teriyaki y las galletas de fruta de avena. Ahora mis gustos son el sexo, los tóxicos y el rock and roll. Soy alguien hardcore. Sólo me temo a mí mismo. También hay muchas bandas que me gustan; pero fue el álbum (What’s the Story) Morning Glory? de Oasis el que cambió mi vida. Un disco brutal, sobre todo la canción Champagne Supernova. También soy, a veces, misántropo. Puedo pasar largas temporadas sin la compañía de nadie. Hardcore sex forever. ¿A quién no le gusta? La criatura es el favorito de mis tóxicos. Tengo curiosidad también por ver un Bukkake en vivo. Si no saben, un Bukkake no es más que un castigo que se practicaba en mujeres adúlteras en el Japón feudal, y consistía en que muchos hombres eyaculaban en el rostro de la infiel, previamente atada en la plaza del pueblo. Fuck! También recuerdo cuando me di pija con un policía en un retén. No me podía confiar. Después de varios intentos de secuestro, y
de uno muy breve que sufrí por tratar de comprar químicos ilegales y sin dinero, ya no me fío de nadie. Los maleantes se visten de policías y viceversa. Una vez me enamoré pero el amor quedó bajo un puente. Eugene conducía, un camión hizo que perdiera el control y volamos. Dicen que mi abuelo mató a mi abuela. Ella tenía cáncer de páncreas a los 78 años y mi abuelo, para que no sufriera más, la envenenó, mezclando el veneno con su helado favorito, pistacho con bolitas de chocolate. Acto seguido, se disparó en la sien. -Yo entiendo eso-, suele repetir mi padre, quien es un tipo frío y duro a quien siempre le he estorbado. Mi madre, a veces, también es como él. Tiene cáncer, además eso lo vuelve todo peor. Mi hermana es la mejor de todos. Dios le ha dado paz y una hermosa familia. A mi sobrino trato de no abrazarlo cuando lo veo. No lo quiero infectar. ¿Mis amigos? Algunos buenos, otros desinteresados. Están también los que son una mierda. Creo que los tengo mal acostumbrados. Los invito. Hay quienes afirman que soy la causa de su ruina. Yo no les he puesto una pistola en la cabeza para que despeinen con las nasales al animalito. El sueño comenzó a destruir mi desvelo. Puse el trago en el suelo. Aún estaba frío. Respiraba dificultosamente. Fantaseé con mi muerte. Contemplé las suaves curvas de la columna central de mi suite, las paredes que dividen la sala sutilmente. El blanco arena en las losetas de la pared y el piso. Las pinturas de Santos Arzú Quioto adornaban mis paredes. Suspiraba pensando en el cagadal en que me había convertido. Imaginaba a una enfermera colocándome una sonda en el abdomen. Todo era como un sueño. Me dormí profundamente. Al despertar tuve un vago recuerdo de lo que había sucedido en mi bacanal. Pensé por un momento que sólo fue una tibia pesadilla; pero no, allí estaba Aurellic, jodiendo tal como antes lo hacía. Quería comer carnes rojas. Yo, sopa de frijoles con plátano verde. Le dije al chef Marcos que preparara la sopa. Estaba completamente desnudo. Aurellic, en ropa interior. Decía que la decisión de regresar fue el producto de su amor hacia mí, además de alegar efusiva que me extrañaba. También me dijo que sólo esperaba una llamada para regresar a París, para firmar no sé qué diablos y que venía de Argentina. Comenzamos a jugar en la cama como crías pequeñas. Nos mordíamos, luego pasamos a las caricias. Ya humectados, fornicamos. Aurellic tiene un hermoso rostro, natural. Sus labios siempre lucieron humectantes y saludables. Colocó su hermoso rostro sobre mi pecho y cantó “...Vous en d'mandez encore et bien, ecoutez l'histoire...”, una cancioncilla de Serge Gainsbourg.
Encontramos un lugar, cerca del tibio consuelo. Dispara mientras duermo. Dark Darwin
Ella ganó. Nada de frijoles. La acompañé a cenar sus carnes rojas en término medio. Pedí una cerveza, mientras ella decía que me veía sexy con la barba de tres días. -Un sexy descuido-, continuaba, mientras yo especulaba por todo aquello. Me imaginé como un vagabundo junto a ella, viendo prismas, horizontes esotéricos. Coloqué mi codo sobre la mesa y posé el perfil de mi rostro en mi palma derecha. Luego puse un cigarrillo en mi boca a sabiendas de que Aurellic lo encendería. Seguí fantaseando, haciendo rosquillas de humo, grandes, pequeñas. Estaba aburrido y cansado. Además, perdía de a poco la paciencia. La comezón despertó mis necesidades. También aparecieron retorcijones en el estómago. Estaba neurótico. Sabía que necesitaba mi dosis. El rush estaba regando mi semilla de autodestrucción. Aurellic dejó el dinero sobre la mesa. Nos largamos. Salimos como dos personas que llevan el diablo dentro.
Logré conseguir lo suficiente. El animal era de buena calidad. Abrí la ventana del auto. Así he querido ser, me dije, como el viento, siempre juvenil y eterno. El sol había muerto. Yo seguía imaginándome en los enredos de mi vida. Acelerá, le grité a Aurellic. La música penetraba mis oídos como la droga más peligrosa de todas. -¿Y de qué sirve?- me preguntó ella, o no lo recuerdo bien. Según Aurellic soy un trozo de religión que se rinde culto entre calambres, birrias, pleitos, sexo, resentimientos, envidias, Europa, América y charlas atmosféricas. -Tenéis una mirada fuerte-, prosiguió Aurellic. -Es el reflejo de mi alma- dije, entre carcajadas. -Incluso me gustan tus carcajadas-. Le dije a Aurellic que nunca me había encontrado, nunca, entre el pecho de la vida y el esternón de la muerte. Entonces la observé fruncir el ceño. Aurellic buscaba sentir algo y yo nada más quería darle mi corazón a un simple orfeón. ¿Qué putas hago con esta francesita?, me pregunté. Me he enamorado de mi suite, nada más tengo un romance con los castillos de mi cerebro. -¿Qué os sucede, Philip?-. Le respondí que nada más pensaba. Tomé otra Draft, junto a mi dosis. Miré a mí alrededor, mediocres airheads. La vulgaridad es la cloaca, me decía, el agua ardiente de la realidad. También contemplé como todo se volvía un frío recuerdo. -Philip, fóllame de forma kafkiana-, dijo Aurellic, con el rostro descompuesto por su apetito sexual. La miré mientras acariciaba mi barbilla. Siempre quise y puedo ser un director de películas porno. Contemplé la efervescencia de la Draft, comencé a tocarme el pene. Necesitaba adrenalina. Eran las 12:51 p.m. Aurellic conducía mi BMW. Yo fumaba mientras escuchaba el ritmo suave y drogado que desprendía la emisora. Miré su forma de conducir. Pensé que era una chica moderna, igual que yo, a diferencia de mí mentalidad punk: nosotros, los punk, siempre tenemos que marcharnos antes de tiempo. Sentía como cambiaba de velocidades. Me imaginé en el Caribe, exactamente en el West Bay Roa, bebiendo agua de coco. Fuck!, me dije, y cerré los ojos. ¿Qué le pasaría al niño recto y brillante?, ¿dónde estará?, me preguntaba. Luego le pregunté a Aurellic por su carrera de leyes. -Me falta un año para terminar-, respondió. -Quiero que viváis conmigo en Strasbourg, Philip, un tiempo, luego en París-. Yo no hice más que ver la carretera. Recordé cuando apenas cursaba el sexto año de primaria. Mi padre decía que sería un gran arquitecto ascendiendo por la senda del éxito y el mérito, que sería un miembro de Opus Dei o de la fraternidad Golden Evolution. Aurellic comenzó a hablar de sus amigos y ex amantes. Yo contemplaba los árboles. Pará por aquí, Aurelia (la llamé así, porque nada más la llamaba Aurelia cuando estaba enfadado), Fuck it, le dije. Se estacionó al lado de la efigie de un arcángel. Al salir del auto, bajé mi zíper y saqué mi futuro mundo. Pensé en mis riñones al ver mi orín. De repente escuché una de mis canciones favoritas. Le dije a Aurellic que subiera el volumen. Comencé a danzar, como si estuviese con todos mis amigos, como si la alegría soltara su murmullo, “...You want a part for me, you want the whole thing you want to feel something more than, I could ever bring, you want it badly, I want to feel something more than, I was strangled...”. Entré al auto y comenzamos a cantar juntos el coro “... I fell in love with the sweet sensation, I gave my heart to a simple chord, I gave my soul to a new religion, Whatever happened to you?, Whatever happened to our rock'n'roll?, Whatever happened to my rock'n'roll...”. Arrancamos. Pensé en los Black Rebel Motorcycle Club tocando esa canción, mi espíritu explotó. Luego bajé el volumen y pensé en mi alter ego. Era un dios urbano, un monstruo subterráneo. Hace un luciferino cielo, Aurellic, le dije. «Je ne comprends pas vuestro español en metáforas», dijo. Aumentó la velocidad. Yo apenas sentía el dolor en mi cabeza. Quise gritar; pero no lo hice. A mi memora vinieron los gritos de un combate en el que estuve, un jab y una circular junto a otro jab. Sentí como si estuviese en los juegos mecánicos. Eso era bueno. Sentirme un niño de nuevo, meras sensaciones por la adrenalina. Increíble. El pobre Mauricio amenazó con matarme. Lo tuve que fusilar de un puñetazo. -Con armas, a los vergazos o como querrás-, le dije, mirándolo en el suelo, luego grité al cielo la horda del black metal, Xibalbá. Recuerdo también que para esos días queríamos detonar, junto a la manada, al Cristo del Picacho. Entramos al bar, de nuevo los malditos flashes. Fuck! -Philip, Philip, unas palabras, Philip, unas palabras-, decían todos, como gallinas. Había una gran concurrencia ya que la banda de ArtikBoy tocaría esa noche. Yo no hacía más que imaginar de nuevo su frase -Loco, ajustemos el animal-. Asimismo contemplé la hermosura de Aurellic. Era de suponer que las miradas masculinas se estacionaran en su culo. Recordé las palabras de ArtikBoy. -Ser mujer aquí, en este país, es difícil-. También me contó que una vez salió con su ex mujer, al Mayaman, y que cada vez que él iba al baño, sus dizque amigos la comenzaban a seducir, tachándolo además de junkie. -Debería de ayudarlo, una cosita tan preciosa como usted ¿qué hace con esa ameba?-, le decían. Recordé también que una vez ArtikBoy se enojó porque le sugerí que ajustáramos el animal, frente a su ex mujer. -¡Puta loco, ella no sabe que yo me meto animales, entendé!-, me gritó, enrabiado. Aurellic me llevaba de la mano. Las chaquetas cortas le gustaban mucho. Mientras caminábamos seguía repitiéndome lo de Strasbourg. Yo me limité a observar mis nuevas botas Prada, luego me quité el trench coat y acaricié mi barba. Dos chicas muy jóvenes me observaban. Entonces comencé a fumar con arrogancia, viendo mis brazos que parecían dos panzers rusos. -Quiero que seas la razón de mi vida-, me dijo Aurellic. Me sentía como un gigoló; pero también estaba herido. Me consoló por suerte el recuerdo de mi stripper favorita, mi princesa Xibalbá, mi Nyomi Banxxx, su frase “yo no tengo la sangre azul”. ¿Yo no tengo la sangre azul?, me dije, después de sonreír. Miré a Aurellic, sus rasgos de niña angelical. También me imaginé caminando de la mano con ella, visitando como un ciego París, entrando al Louvre, pasear por el Père Lachaise Cemetery, conociendo la tumba de Morrison y Rimbaud y sobre todo tener sexo sobre las tumbas de forma kafkiana. A esas alturas ya estaba ebrio. Aun así pedí un Yuscarán BlackBerry. Aurellic sonreía y me hablaba de la vida de Charlotte Gainsbourg; pero mis pensamientos estaban anclados en Francia. Poco después ella reparó en que no le prestaba atención. De qué putas me sirve poner atención, me dije, como encadenado por la amargura; pero al menos lo entendía, sí, le había entregado el corazón a mi suite, a mi cerebro.
Nada más pensaba en las aguas del mar, en sus extraños colores, en sus impactos. Aurellic me besaba. Sus ojos estaban radiantes y sus pupilas dilatadas. Me gustaba mucho ver esa combinación. Acaricié su cabello. -¿Qué os pasa?-, preguntó. Nada, le respondí, quitándomela de encima con elegancia. Nada más voy al baño antes de que dé inicio el concierto. -¡Dark Darwins! ¡Dark Darwins!-, gritaba la gente. Entonces ArtikBoy apareció, junto a los demás miembros de la banda y comenzaron a tocar Dispara mientras duermo. Saqué mi handy y tomé fotografías. Llamé a Aurellic. La rola era fatalista y melancólica. La gente entonaba al unísono. -Alguien me tocó el culo, hostia-, protestó Aurellic. Apáticamente le dije que se despreocupara, que ahí estaba yo, para sobárselo.
¡Qué tiempo este, maldito, que revuelve las horas y los años,
el sueño y la conciencia, el ojo abierto y el morir despacio,
el morir despacio! Llanto subterráneo,
“Robby Draco Rosa”
Estaba en el baño, esnifando y pensando en lo resistente que puede ser el cuerpo humano. Pensé también en el páncreas de mi abuela; fue inevitable no volver a discutir conmigo mismo. ¡A tu abuela le pegó eso por ser una hardrinking! ¡No! ¡Mi abuela era buena! Tuve miedo. Me estaba volviendo loco. Destilaba criaturas, magnetismo maniático. Salí del toilette, contrariado. Entonces, gracias al espejo desgastado, miré a DannyBoy y nos reconocimos. -¡Philip, hermano, ¿qué hacés aquí?!-, dijo DannyBoy, alegremente. -Concierto-, dije, nada más. -¿Viniste a ver al ArtikBoy?-, continuó, efusivo. -Sí-, le respondí. -¿Y qué pedos? Te veo extraño-. Le dije que estaba tranquilo; pero en realidad estaba jodido por la droga. -¿Y los habanos?-. -Revistas, habanos, joyas… todo está ahí, como siempre- le respondí, mirando al espejo, después le pregunté cómo estaba. -¿Recordás la última vez que nos vimos en Berlín? Pues terminé mi curso de guardaespaldas VIP. Cuidé a un alto ejecutivo en Roma, después fui a San Francisco. Ahora nada más ando por aquí-, dijo DannyBoy, esta vez con tono encogido. -Mera V que te especializaste-, le dije.
When I hear that trumpet sound,
I'm gonna rise right out of the ground
Ain't no grave
Can hold my body down
Johnny Cash
Lavé mi rostro. Miré las gotas cayendo en el lavamanos. Pensé en Vincent L., otro gran amigo. Era sábado por la noche. Seguramente Vincent estaría fumando cannabis, puteando, o tal vez peleando con negros o mexicanos. Miré la ventana y pensé en la escopeta tatuada en su brazo derecho. Sonreí. Decidí también revisar mi correo. Aurellic estaba triste. Me senté a su lado. Era fin de mes, su menstruación estaba a punto de llegar, eso la ponía muy frágil. Besé una de sus manos. Estiré mi labio inferior. -No quiero que te sientas mal conmigo-, dijo, sonriente. Yo la besaba, aclarándole que eso no podría suceder. También le dije que me la había pasado muy bien en el concierto de Dark Darwins. -Sí, yo también la pasé bien. A pesar de que alguien me agarró del culo- dijo, con su cara de niña maliciosa. La besé y escuché de nuevo su Je t'aime, entonces volví a besarla. Era una noche tranquila. Parecíamos personas normales. La acariciaba, limpiaba sus lágrimas, la arrullé con mis brazos como a un junkie a punto de comenzar su rehabilitación; aunque seguramente fue Johnny Cash quien la puso de mi lado. Escuchábamos su música. Luego revisé mi correo. Vincent me había escrito. El asunto era Philip Fratellini. Imaginé como en un filme su vida. Leí: “Reventado. Sin mujer, sin esperanza y sin cervezas. Estoy en una mugrienta habitación. El aire está viciado. Si salgo, los negros están fuera, esperándote para venderte las drogas más duras. También están las putas, aullando por tu verga, deseosas de carne grasienta, desesperadas por succionarte. El agua es helada por las mañanas. Tengo las manos cortadas en dos. Ya no escribo pero eso no es tan grave, sí lo es que nada más tengo 20 dólares en mi bolsillo. En todo caso, hay una playa esperándonos, Philip, sonriente, con sus esmaltados dientes, sus gráciles ojos azules, mostrándonos con toda naturalidad sus carnes. El frío es otro tema, y no digamos la muerte, que está a la vuelta de la esquina. Los mexicanos esperan el preciso momento para clavarte una navaja por la espalda y robarte. ¿Quién va a preguntar por este? Pero hay cierta felicidad, Philip. Cada quien con su hamburguesa de a peso y su litro de jugo de naranja. Hablan, además, un extraño idioma. Yo no puedo simular que tengo ese aspecto, ese lenguaje, esa vulgar comicidad. Me veo como a un extraño. Sobre el trabajo, bueno, pasan su mano de gato. Son tan malos y a la vez tan rápidos. Aquí se compran carros casi todos los días, desde 300 a 800 dólares, sin papeles. Les gusta presumir, además, a todas las gringas que se han fornicado por todo el French Quarter. No voy a mentir. Te cogés 5 putas a la vez por 300 dólares. Entre otras cosas, sólo de pizones y bebedores de tequila estos mexicanos; pero vos sabés que me crié viendo Venus Channel, que sé de aparatos electrónicos, que sé cómo se deslizan los dedos en conchas viscosas”.
Después de leer el correo, comprendí que mi vida estaba en otra parte. Imaginé a Vincent cargando enormes trozos de madera, enmarañado y barbón. Corriendo como un búfalo enfurecido.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
ten piedad de nosotros.
Aurellic apareció con un cigarro de cannabis Good shit. Me dio a fumar un poco. Acepté para no desperdiciarlo. La luna estaba gibosa y mi soledad malcriada, la veía danzar. De repente la hierba me embistió con su efecto. Todo se volvió gracioso. Me levanté del sillón con la mirada vidriosa, sonreía alocadamente. Tomé a Aurellic como si fuese el néctar del momento. Estaba adormecido y perdido. Las cortinas se movían al compás del reloj. -Et demaine est-ce que nous allons à la piscine-, dijo Aurellic. Le respondí que sí, como cayendo en un sueño inmenso y profundo. Hacía mucho que no pensaba en mi país. Me sumergí en sus montañas, manglares, bosques, playas. Recordé cómo me gustaba ir a Celaque, igualmente mis días de facilitador, en la Montaña de la Flor; pero aún había rabia en mí, por la culpa de los políticos. Mi padre siempre dijo que casi todo político es un sucio vulgar. Que quienes tienen que gobernar deben ser humanistas o filántropos, no políticos. Me contaba reiteradas veces sobre su juventud, en la que fue compañero de varios ex presidentes. -No comían tortillas, les daba miedo transitar zonas no exclusivas-. Me relataba cosas así, imitándolos siempre con voz afeminada -esa gente vulgar no way-, después volvía a su voz diciendo que esas sólo eran mierdas de Boston, Miami y New Orleans, pero tales cabrones habían hecho su mundito light en Honduras. -De repente sus padres mueren y gastan la herencia en enemas, botox, Coca-Cola light, cremas depiladoras y sexo a domicilio. Entonces, infectados de banalidad, se meten a la política. Maricones hijos de puta-. Así hablaba mi padre, crudo y rudo, y yo resumía todo en una frase: ellos creen que vienen en una caja Froot loops, pero no somos más que un saco lleno de frijoles y gorgojos. Pero de quien más hablaba mi padre, era de mi tío, su hermano mayor, a quien apodó Uncle Crazy. -Había nacido como una estrella y todos sus cagadales eran manuales para mí-, decía. -Tenía una fuerza descomunal. Era rebelde, pero sobre todo estaba loco. Mi pobre madre nunca lo comprendió. Mi padre siempre lo despreció por ser puro y original. Después de graduarse de abogado, pasó una larga temporada aburrido. Nada le satisfacía. Un día oyó hablar de la marina mercante e inmediatamente se hizo marino el cabrón, sin embargo era despreciado por la familia. Tuvo muchos hijos por todo el mundo y murió como siempre quiso. Siempre que te veo recuerdo a Uncle Crazy-, decía mi padre, con dejes de conformidad. -Porque estás loco, como él, aunque sus visiones eran diferentes. A él no le interesaba lo material. Así como generaba dinero, lo deshacía.
Ninguna mujer lo soportó. Solía repetir que hay que joder y joder para encontrar una muerte hermosa-. Parecerme a Uncle Crazy me llenaba de orgullo. -Juancho era un genio-, repetía mi padre, melancólico. A mi padre siempre le gustaba hablar de Uncle Crazy, pero estoy seguro que entre todas sus historias le fascinaba la de los carros usados que compraba el Uncle Crazy en Alemania y Polonia para revenderlos en Nigeria, y también la anécdota de Londres, donde traficaba café latino para los snobs británicos. -Ese cabrón era un pirata-, expresaba mi padre. -Recuerdo que cuando lo visité se llevaba bien con los kurdos y los rusos. Pensé que se volvería terrorista. Traficaba con ellos cigarros, cervezas extranjeras, mujerzuelas y quién sabe qué cosas más. Sabía que las armas entraban por Kosovo, sabía cómo falsificar pasaportes, sabía de mujeres, pero aclaraba que para él no hay nada mejor que una cosaca tolupán-. Mi padre le decía con frecuencia que ese tipo de mujeres no existen. Uncle Crazy estuvo cinco años en Europa, donde tuvo un gran lío. Vivió también dos años en África, tres en USA, después fue mochilero por Sudamérica, donde se enamoró de una viuda en Guayana-francesa y vivió con ella hasta que la asesinaron los narcos guayanos por cuestiones de negocio. Huyó y regresó. Decidió colocar un astillero en el sur, donde yo solía pasar mis vacaciones, en las que intentaba reparar el motor de su yate de bajo rendimiento. También me enseñó a conducirlo. Poco después Uncle Crazy decidió no saber nada del mundo. Se volvió ganadero. Se asentó en Jamastrán, donde tuvo cientos de cabezas de ganado, después apareció el negocio del habano. Gracias a Uncle Crazy tenemos de los mejores habanos del mundo. Y claro, también estaban sus viajes en alta mar. Mi padre decía que le contaba de la Antártida, de los osos polares, de los niños esquimales. -Uncle Crazy fue un maestro de la narración-, sentenció un día mi padre. Yo sonreía, acostado en la psicodelia, a sabiendas que había heredado también la nariz y los pómulos de Uncle Crazy. Dormí como un dulce bebé.
Desde que un día, tú decidiste dejar lo nuestro en lo vulgar...
Mufatango, mufatango, mufatango
Manu Chao
Estaba sumergido en el agua. El cabrón apareció de la nada. Sentí su fuerte y agresiva brazada. No sabía quién era hasta que lo vi emerger del agua, burlándose. Sabía que era un alemán de intercambio, que estaba hospedado en la habitación 250. Había escuchado hablar sobre él, sobre todo de su parecido con Leonardo DiCaprio. En la ciudad le decían Leo, pero se llamaba Bastian. Se me acercó y llamó a dos chicas muy guapas que estaban a lo lejos. -¿Philip, verdad?-, preguntó compungido. Sí, le respondí. Luego lo halagué por sus chicas. -Sabes Philip, te admiro mucho-, dijo, ceceando. Agradecí el halago. Entonces me levanté y vi como chispeaban ferozmente sus ojos azules. Enarbolé mi cerveza, las chicas habían llegado. -Qué hermoso tattoo, ¿qué es?-, expresó la chica alta, coquetamente. -Es un kraken- dije, con aire zumbón. -Hola Philip-, dijo la menos morena, extendiéndome la mano. Su tacto era distinto. Un cruce entre la efusividad de las chicas snob de por aquí y la flácida cortesía de las arpías. Inmediatamente DiCaprio me invitó a que pasara la tarde con ellos. Me rehusé, alegando que estaba esperando a mi pareja. Entonces Leo insistió e insistió tanto que tuve que gritarle para que entendiera. Creo que ya sabía que soy una persona difícil de lidiar. -Está bien. Otro día será-, dijo, y se marcharon. Sonreí, pensando que a los alemanes el sol de acá los pone cool. También pensé que había desarrollado un antivirus, obviamente un antivirus muy mal educado, pero la verdad ya estaba harto de conocer gente. Me tiré un clavado y escuché como el viento decía la palabra animal. Recordé a ciertos conocidos míos, quienes siempre soñaban con yates y ni siquiera sabían nadar. También recordé el trend fashion de pretender ser cool hipster de milpa light. Todos se molestaban porque dijera La Milpa, al referirme a mi país, pero a ciencia cierta lo único que ha cambiado a diferencia de nuestros antepasados, es la vestimenta y los aparatos tecnológicos. Seguimos siendo los mismos ignorantes. A todos en algún momento se nos sale el indio. El antídoto a la desdicha, me dije, y me volví a sumergir en el estado que tanto me encantaba. Pero apareció el aburrimiento, y cuando eso pasa pienso en los vergueos del mundo. Decidí que era mejor ir a mi habitación. Después de un breve descanso abrí los ojos y de nuevo la idea del suicidio me puso contra la pared. Observé la idea. Maldito interior dislocado, me dije, tenés que encontrar la manera… Poco después me levanté pensando en un sueño tierno, en una vida normal. Eché un vistazo a mí alrededor. Todo era igual o peor de superficial que los efectos tóxicos en mi ser. Todo sin vida, todo tan mecánico. Imaginé mi final, mientras esnifaba en la cocina, diciéndome que el día anterior había sido bastante largo. Además tomé leche y avena —era leche, no moloko—. Nunca había sido tan cruel conmigo mismo. Mi existencia se había vuelto una joda. Me sentía un inútil. Me traté de vacío, de fascista light y pendejo. Definitivamente estaba perdido. Recordé mis días en el gym, mis brazos definidos. Ahora nada de eso. Ahora soy débil. Solamente cuando estoy high creo que mis brazos son dos panzers rusos. Vi el reflejo de la luz del techo en el tenedor. Recordé cuando probé por primera vez la heroína. Estaba con una chica. La habitación, a oscuras. Aun así lograba distinguir su trench coat negro de piel visón, ajustado a su cuerpo. Se veía interesante. Siempre que me gusta una mujer, no importa mi estado cerebral, analizo matemáticamente su figura. Melena rubia, su bust: 84, su waist: 99, su hip: 79, su height: 1.80. Por último su nombre. Luego aparecieron sus huesos afilados, su exhibición de diminutos laterales Victoria’s Secrets, sus ojos azules reflejando un esquema falso de su paraíso. Parecía un ángel huérfano. Su cómico garbo le hacía entonar cierto alejamiento de la vida normal. -Este es un reino para nosotros los desdichados-, dijo, mientras hacia los preparativos. “...Dry your eyes, Face the dawn Life will go on, life will go on...” cantó, de Chris Isaack. Tenía una voz hermosa. Luego me besó. Para ese entonces yo sólo bebía whisky, ron y cervezas. Era un hardrinking, un hardcore. Ella, una experta en drogas, particularmente de la crystal meth. Hacía crack como quien hace una malteada. -Gotas de… no, caspa de Dios-, como solía decir, y luego al microondas. Le gustaba además comerse las uñas. Tenía, asimismo, experiencia como pornstar; pero curiosamente aparentaba suma inocencia cuando extendía su labio inferior. Sentí la picadura. Suponés que estás infectado y que poseés alas de hierro. Era un extranjero. Mi cuerpo ya no era mío. Volaba como un F-25 y sudaba porque la velocidad me degradaba. Después era un ave de alas oscuras. No había gravedad. A pesar de que el viaje fue corto, ya que mi metabolismo rechazó el químico por ser la vez primera, mi espíritu perdió por completo su virginidad. Mi organismo estaba espantado. Ese día desperté en la bañera. Lleno de vómito. Mis legañas eran enormes. Entendí el por qué le decían The best trip.
En fin. Terminé de tomarme la leche —en realidad no estoy seguro si era leche o moloko—. Encendí un cigarro. Pensé que el suicidio debía ser muy agradable. Cerré los ojos y me dejé llevar por el pulso de mi interior. Entonces me fui de bruces, mi cabeza golpeó el concreto. Nadie me levantó, nadie me extrañó. Vi como el viejo roble era un nido de pájaros alegres. Poco después Doña Norma abrió la puerta, tratando de no hacer mucho ruido, como siempre. Obviamente se asustó al verme. Yo la saludé desde el suelo. Para ese entonces iba al psiquiatra. Mi padre me lo exigía. Situación cómica: mi psiquiatra era un ex cocainómano ahora full aleluya. A veces coordinábamos, a veces no. Me aburría, decía que mi padre tenía que acompañarme a las citas, que yo no era el problema, que el excesivo consentimiento de mi madre me estaba arruinando. Bla, bla, le decía, levantándome del sofá y haciendo muecas. ¿Cómo le voy a decir a mi padre que venga?, el problema está en mi interior. Sólo necesito control. Y eso de decirle a mi madre que no me consienta… así es esto. Sabés, mi abuelo mató a mi abuela, llevo genes extremos. -Sos un bipolar, psicópata, megalómano, pero podés controlarte-, decía, elevando el tono. Y quién no lo es, le respondí. En la mañana soy una persona, por la tarde otra. En la noche veo el infierno de los demás. Me recetó litio, diazepám y vicodín; este último me hizo sonreír. -Esto te servirá para que no llegués a los cuarenta años con el síndrome de Peter Pan-, sentenció. Le hice la mala seña (.I.). Síndrome de Peter Pan mis bolas, me dije. Soy un ser creativo. Como dice Glen Danzing, “tengo cincuenta años y aún me compro juguetes”. Entendí a ArtikBoy. Crecer en una clase media alucinada, de materialismo vulgar y destructivo, donde se es feliz deseando lo que tienen los demás, eso es una mierda. Fuck them all! ¡Aguante mi ArtikBoy! Esa fue la segunda vez que visité al psiquiatra. Ya anteriormente había hecho el test Rorschach, y otro test proyectivo. -Estás jodido-, me dijo el psiquiatra, mostrándome unos gráficos, -Estás llegando a tus límites-. Claro, el hijo de puta me miraba como a su paciente de los próximos veinte años. Se vestía, además, como si fuese el presidente de una agencia aduanera. Nunca toleré su ácido perfume. Me marché del lugar pensando que el tipo destilaba cierta gasolina especial.
L'eau et le vin, Je veux l'eau et le vin La mer qui me revient,
Je veux l'eau des marins.
Vanessa Paradis
Al escuchar eso sentí un golpe mental. Otra vez en crisis, nuestros planetas no estaban alineados. Algo quebró una parte de mi Neverland. La observé detenidamente, su 1.70 de estatura, luego sus hermosos rasgos occidentales. -Ibas de un lado a otro, creyéndote un cazador. Pensabas que el tesoro estaba huyendo-, dijo, mientras se ponía su ropa interior. Esta vez su rostro no se parecía en nada al de Vanessa Paradise. Mierda, me dije. Habíamos consumido mucho. La dosis nos dio síndrome de rebote. Me sentía aniquilado. No porque una mujer me lo haya dicho, sino porque era verdad. Me puse el pantalón, pensando que no tenía que haberte contado lo del psiquiatra. Guardé silencio. No sé porque recordé el momento en que me quebraron la nariz, por primera vez, por descuidar mi guardia y discutir. Sentí el impacto y caí al suelo. Comencé a meditar en el caos de mi vida. Miré a la francesa y le pregunté de dónde había sacado eso. -Pues tío-, respondió, como si hablara de algo meramente trivial y mientras encendía un cigarrillo, -Alejandro Jodorowski. Aquí todos somos realistas. Deberíamos ir a bailar-. Me miró justamente como lo hace una de mis mantarrayas, a la que a veces solía llamar Juan. Le dije que sí. Un cambio no estaría mal, después de todo. Demasiado tiempo haciendo lo mismo. Había que mutar y mutar. Y por supuesto, Tegucigalpa es una ciudad realista, no aguanta paja. Es una ciudad que no quiere pensar, que no quiere crecer, ni modernizarse. Aquí, además, el arte sólo se alimenta de estúpidos halagos adolescentes. No hay nada más, todo se resume a eso. ArtikBoy tenía razón al decir “Nada de arte y libros. Soy una biblia de neón en alta gravedad”. La besé. Ella sonrió y me abrazó. Estaba fucking, desorientado. A Aurellic le gusta el hardcoresex, pero ¿a quién no le gusta? Creía en los orgasmos después del Doggy Style y también en el orgasmo de candela chorreada. Según ella, eran sus quehaceres favoritos, lo que más le gusta hacer en este mundo. ¡Ah!, ¿pero quién quiere estar con una tipa que aparece y desaparece cuando quiere, que se larga al primer síntoma de aburrimiento? En todo caso sólo se trata de coger, me dije. También pensé en mi demonio: lo vi como a un niño tierno e inofensivo. Recordé la noche anterior, observando a mis amigos, sin una vida complicada. Recordé que le dije a La China que estaba haciendo esto y aquello. -Philip, tenés que seguir la línea de los negocios de tu familia, o poner un bar de arte. No te compliqués. Aquí nada más sirve lo práctico y seguro, es una sociedad realista-, me dijo La China con una embriaguez rimbombante. -Loco, yo tengo una tienda de ropa. Bueno, es de mi mamá. Tengo que apretarla y esperar la tienda de música que dijo que me daría-, dijo ArtikBoy. -El arte aquí es cosa de locos-, dijo Nicol, amiga de La China, entre suspiros. -Tenés que estar a un doscientos por ciento. Tenés que ser otro pedo. No como esos que pasan drogados y tomados todo el día. Toman una foto, la suben a cualquier red social de moda y creen que ya son artistas-. Taty, otra amiga de La China, concluyó el tema aclarando que le gustaba mucho trabajar en el bufete de su papá.
Mis aleros sin embargo no eran el sueño del emprendedor hondureño. Tenían sus negocios, pero no pagaban impuestos al crimen político y magayo. Aun así, estaban endeudados, pero ahí estaban siempre mami y papi, dándoles otro bocadito en la boca. Ninguno era un empresario por sí mismo. Pocos pueden romper ese cordón umbilical que termina secuestrándote y ahorcándote. Me despedí de ellos pensando que era un maldito punk, el menos cagueta, la oveja negra del grupo. Quise relajarme pensando en mi moshpit subterráneo. Ahí es donde se encuentra mi verdadera esencia. Comencé a imaginar que dejaba todo atrás, tal como la canción Listen up, de Oasis. Pero esos majes son británicos y yo hondureño, mejor pensar en tolupanes, en misquitos. Había que ponerse étnico. Vinieron a mi mente los Tawahkas, especialmente la imagen lenca de ArtikBoy, diciéndome “Loco, ajustemos el animal”. Los mayas eran mera V, me dije, ¿por qué no puedo ser como ellos? ¡Maldito hibrido!, grité. Miré a un par de chicas atractivas pasar a mi lado, una de ellas llevaba puesta una camisa que decía Estación Punk. Vi sus piernas largas y definidas. -Se parece a uno de los Dark Darwins, la banda de ArtikBoy-, escuché decir a una de las chicas. -Ay no, guácala-, dijo la otra. Yo pensé en matarla y enterrarla allí, en el centro mismo del parque; pero continué avanzando, meditando en la Estén Magazine. Quise tomar fuerza para continuar, trabajar, pero sentí que el diablo se me volvió a meter. Recordé las viejas palabras de un escritor light mexicano, “...Deja que por tu pecho trepe la fiera y te muerda una oreja vertiendo su mensaje abominable. No hay mejor amigo que un demonio hambriento...”. Mierda, ahí estaba de nuevo ese laberinto estúpido. Miraba a mis ex compañeros de diseño en la Universidad, mi trabajo como editor. Todo tiene la misma simetría, todo es igual. No hay un razonable momento de confort. Vaya sinfonía, me dije, con los dientes apretados, sintiendo a la bestia en mí interior; buscando liberarse; quería matarlos a todos. Imaginé a Dellauc sonriéndome y diciendo frases inentendibles. Dellauc, todo es obra de Dellauc. Pensaba que él era el demonio. Recordé algunos libros, todos malditos, en especial una frase del libro The Pilgrim’s Progress de John Buyan: “...Yea, though I walk through the Valley of the Shadow of Death, I will fear no evil: for thou art with me; thy rod and thy staff they comfort me...”. Pensé en extremos locos, en lo jodido que me tenían los tóxicos. Estaba paranoico. Quise comprarme un revólver y volverme un asesino en serie; pero pensé que cuando me atraparan, en la cárcel no estaría más que con gente inestable y desquiciada. Además, nadie me podría servir mi Latte con Cherry. Tampoco mi silencio, un lugar donde poder desaparecer. Se vino a mi mente Kafka, su cucaracha MeraV. Seguro que si me convirtiera en cucaracha doña Norma me mataría de un descuido. Pasé frente al edificio de Naciones Unidas. Recordé también el trip en Utila, a los ex compañeros en la Saint Élite School. Lights, mara disque hipster, ejecutivos modernos creyéndose súper europeos pero con alma de pampas olanchanas. De repente una motocicleta se detuvo junto a mí. Mi pulso se aceleró. Mierda, me dije, ya me asaltaron. Y así fue. Los tipos me encañonaron. Se llevaron mi especial handy y mi laptop; pero lo curioso es que no se llevaron mi billetera. Será que luzco pobre, me pregunté, luego del asalto. Miré al suelo, miré mis Skechers, luego mis pantalones Dolce & Gabbana, mi camisa Polo, mi reloj Fossil. Sumé todo lo que llevaba puesto más las tarjetas. Fuck! Que suerte, me dije. Entonces vi de nuevo a mi demonio, esta vez como a un enorme león enjaulado, desgarrándose por salir. ¡Hijos de puta!, grité. Me consoló el hecho de que no robaron mi dinero. Por supuesto, me dije, recordando esa frase de ese escritor mexicano “...no hay mejor amigo que un demonio hambriento...”. Era tarde para llegar a la trinchera de la revista, pero Carlos sabe quién diablos soy. No diría nada. Yo le conecto las putas y drogas, además, soy la estrella de la Estén Magazine. Decidí desconectarme. Ser más excéntrico e ignorante que de costumbre. Ser el Philip de antes, ser ese riff perdido de la banda de black metal Satyricon. Tomé un taxi con apenas 20 pesos en efectivo y me largué. El viento entraba por la ventana. Sonreía, mientras el taxista me contaba que la noche anterior lo habían asaltado, que lo habían metido a su propio baúl. Luego me confesó que tenía tres semanas sin fumar piedra. -Disculpe, ¿verdad que usted sale en la tele?-, preguntó, mirándome por el retrovisor. Le respondí que no, alegremente. -Se parece a esos que salen en la tele-, continuó, chasqueando la lengua. -Nada de TV compa- le dije. Bajé del taxi y caminé. Estoy solo y no tengo nada, me dije, existencialismo puro perdido en apariencias. ¿Será que me visto como un puto hipster? ¿Con quién de la tele me confundirán?
Decidí pasar a visitar a Oscar JungleBoy. Recogía palabras. Quería verme ebrio al estilo rufián, estilo perdición. -¿Qué pedos man? ¿Listo para el Box?-, dijo Óscar, mientras lanzaba suaves golpes al aire. -Vení, mirá la nueva guitarra que compré. Hoy si man, seré el último veinte del Lempira, la banda más Punk de la peligrosa Honduras-. Me eché a reír. Oscar JungleBoy se quitó la camisa, le subió al estéreo y cantó Sedative, de The Libertines “...What's it really like now, It's been
a long time since I've stepped outside to the morning sun now would you take me out...”. De repente llegó su madre a darle su medicamento. -Loco, tengo que contarte sobre unos análisis antropológicos en Tegucigalpa-, me dijo. Le dije que me tenía que ir. -Puta man, sólo visitas de médico hacés-.
Estábamos a finales de mayo, mes de lluvias. Odiaba que mis skechers, se mojaran. Miré a uno de los integrantes de la banda Los Novios de Flor I am, tocando el violín, luego a uno de los famosos poetas callejeros recitando su poesía abracadabra. Recordé cuando me calé tremenda borrachera y no tuve más opción que dormir en la casa del DBasur, el vocalista de la banda. Recordé sus gatos, sus perros —a Colmillo comiéndose mi llavero—, pero sobre todo su estilo de vida. -Quiero que me tomés un par de fotos con esta bata y que vayás a la publicación de mi libro-, me decía, con su bata rosada y los pepinos puestos sobre sus ojos. Acto seguido se tomó de una vez la botella de aguardiente y se durmió. No sin antes decirme que yo era el hijo del Diablo. Ninguno de ellos me vio pasar porque precisamente recogían el dinero de los peatones. Mi respiración estaba fast motion. Miraba la lluvia caer. Varios recuerdos me emboscaron. Ya no importa nada, me dije, este es el tren de la autodestrucción. Arte y placer. Intenté calmar un poco mi histeria. Divagué. Tengo derecho a enloquecer en el alcohol, tengo derecho a perder, a enloquecer con drugs, tengo derecho de agarrar al planeta a punta de patadas. La agradable sensación de caminar me liberaba. Ya la bestia se había tranquilizado, pero permanecía aún enjaulada, sin nada, esperando nada, únicamente mi inconsciente, un par de pesos y mis llaves. Estaba ahí, en el lugar donde me gustaba estar, recordando. Sonreía al pensar en mi demonio, lo había alimentado. Me asaltaron, le di furia, tenía dinero, le di vanidad, había estado con Aurellic, le di lujuria. Me carcajeé. Soy un megalómano energúmeno, me dije, recordando lo que Aurellic me dijo sobre el autoengaño. Sabía que todos sabían que esperaba drogas, o gadgets robados, o putas locas. Era un maniático. Me sentía Hulk, gritaba y gritaba, mientras cantaba esa rola que dice “...I don't have to sell my soul, he's already in me I don't need to sell my soul, He's already in me...”. El hambre se había calmado. El demonio ya estaba fuera de mí ser. Fuck, me dije, esta vez sí me volví loco. Estaba nervioso. Comencé a correr. Decidí encontrar una nueva ruta para la autodestrucción, pero el demonio me aplastó sin mediar palabra. Poco después me levanté del suelo, horrorizado. Miré por doquier. No pasaba nada. Qué loquera, me dije, no es bueno mezclar criatura, vicodín, xanas y alcohol. Luego pensé en mi francesa. Me acongojaba una lascivia infernal. Quería comérmela entera. Decidí marcharme hacia mi suite. Al llegar, avancé hasta el baño. Me vi en el espejo. Mis ojos estaban derruidos. Abrí la boca como si fuera un lobo hambriento. También observé mi oscuro cabello. Tomé una máquina de afeitar y comencé a rasurarme. Lentamente me encontré de frente a otro desierto. Vi a mi opuesto en el espejo. Vi los rostros con los que me desenvuelvo, me vi como un niño travieso. Al salir del baño miré el tatuaje que Aurellic lleva en la pelvis, una pequeña rebelión. Su ropa interior sobre las sabanas me hacía meditar en nuestras ausencias. Estuve media hora fumando cigarro tras cigarro. Pensé en sus fondos intactos. Supe que me harían daño. Mi helada vida cambia por un instante la poesía de sus dichas, su enigmático sueño desvela mis resentimientos. Me tumbé en el suelo, tomé la máquina de afeitar, continué derribando mi cabello. Pensé que era un extraño domingo sin truenos. Pensé en la taxidermia social. Hay individuos que tienen tres cerebros, de perro, de zope, de niño. Locuras y pesadillas. -Te ves hermoso-, dijo Aurellic, después de levantarse, sonreír, acariciar y besar mi cráneo.
Tegucigalpa, no me hagas enloquecer, Hunn dance! Soon! We gonna celebrate dead
Un día normal en el romántico inframundo. Comencé a leer el diario: Diputado mata a taxista. “Hermano, pero si voté por vos”, exclamó antes de morir. Niños inmigrantes son seducidos por coyotes, el presidente acusa a USA. Fotografía del ex presidente del Seguro Social. Lo busca la Interpol por haberse robado más de cien millones de dólares. Más abajo, una pequeña fotografía de su amante con pechos nuevos. Alcalde de Yoro lidera una red de narcos. Padre mata a su hija: quería sacarle dinero a su suegro y se le pasó la mano. La Selección Nacional de futbol costó 359 millones de lempiras y sólo ha logrado anotar un gol en dos mundiales. Muere reconocido periodista a causa de cuatro disparos. Descartan secuestro. Encuentran a dos mujeres asesinadas, muy cerca de Támara. Fuck! Una de ellas era la empleada de Yesenia, mi Nyomi Banxxx. Qué cagada, me dije, muy apesarado. Cerré el diario. ¿Dónde está el futuro aquí? Estamos a un paso de la cárcel o a un paso de la morgue. A alguien le escuché decir que aquí sólo se puede vivir loco, dopado, borracho o enculado.
think of blood, i think of love -erectionOoohoooowooo i got erection! Ooohoooowooo i got erection! Turbonegro
Ahí estábamos, a los ojos de cualquiera. Parecíamos una pareja normal. Ella acariciaba mi cabeza rapada, diciéndome que le gustaba. Aurellic me lleva dos centímetros más de altura. Su bust: 86, su waist: 60, su hip: 89 y su height: 1.70. Siempre denotó fuerza incluso en sus huesos. Continuaba acariciándome la cabeza mientras sonreía como una niña. Sus ojos verdes irradiaban misterio, sus manos eran frágiles y suaves. Imaginé sus cartílagos cuando era una niña, seguramente débiles. Luego me sumergí en el agua, creyéndome un submarino. Estaba alegre. Incluso sentía que mi sangre sonreía. Vivo en el surrealismo, me dije, mientras me deleitaba observando el cielo. Respiraba cansado. No recordaba la última vez que miré al cielo. Las nubes se movían por el azul marchito. Carcajeé mientras flotaba, luego me pregunté cuál sería el secreto para que estos enlaces no se marchen. Me sentía como un frío recuerdo. Me acerqué a Aurellic y la besé. Me encantaba la sensación de sus gruesos, humectantes y deliciosos labios sobre los míos. A veces quería arrancárselos, comérmelos. Ella era un ángel mortal con aroma a éter, mi síndrome X, mi nueva epidemia. -Dont let me be, let me down...-, me cantaba, a cada momento. Yo pensaba en la Torre Eiffel. Quería tener sexo con Aurellic en su terraza, besar sus pechos sin sueño, ponerla de mi lado y decirle te amo, también besar su ética y su justicia. ¡Ah! Estaba tocando los fundamentos de toda filosofía. -Sois mi hombre de hierro-, dijo, tocando mi abdomen, con cierta burla. -Creo que mi ácido úrico está alto-, continuó. El sol apenas se distinguía. En la piscina nada más había otra pareja. Yo me sentía más aerodinámico sin cabello. Por alguna desconocida razón comencé a extrañar las sonrisas y murmullos de los niños. Ellos sólo van por el mundo a punta de latidos de corazón. Comencé a verme de niño. Ahí estaban las mejores sensaciones que haya experimentado. Si existiese una droga para volver a sentirme niño, sin duda sería el junkie número uno. Aurellic me colocó de nuevo sobre la tierra preguntando qué me pasaba. La miré, sin responderle. Luego volví a sumergirme en el agua. Me siento un animal fuera de su hábitat, le respondí. -Deberíamos ir a la playa-, dijo. Le dije que era una buena idea. Por ejemplo ir al Sur, a Coyolito o Tela, e imaginé que hacíamos Kayak en Punta Izopo. Pensé que mi búsqueda interior había acabado. Rumié la posibilidad de tener una familia con Aurellic. Me imaginé caminando junto a ella, un domingo por la mañana quizá, sin tóxicos navegando en mis venas. La miraba hermosa porque enfrentaba el mundo conmigo. Ya había olvidado el ayer, me sentía un barco sin brújula. Ya no más de entregarme a la amargura a la pasión. Tomé agua. Mi organismo sonreía mientras me preguntaba qué es la vida. Me puse mis gafas de sol. La vida quizá no es nada de lo que experimento, tal vez no es más que un ensayo para la verdadera actuación. Algo en mi interior se deleitaba con el monólogo. Pensé en Dios, extrañamente, que me sentenciaba diciendo Cuarenta días, sin comprender porque imaginaba eso. Desde lejos, un hombre vestido de blanco me saludó. Apenas lo distinguía. Luego desapareció. Quién sería, me preguntaba, hasta que poco después me di cuenta que se trataba del Dr. Dellauc. Aurellic me tomó del brazo, diciendo que nos fuéramos a la suite. Al llegar vi como sus labios se hincharon. Sabía que sus pulsaciones estaban aceleradas. Su respiración hacía que sus nasales se dilataran. Sudaban las palmas de sus manos. Sus pezones habían cambiado de tamaño, sus senos estaban firmes. Comencé a besar sus aureolas hasta llevarlas a un color más vivo. Su piel estaba excesivamente sensible. Sabía que su rubor sexual poco a poco se extendía hasta su clítoris. Sus labios continuaban cambiando de tamaño. Tenían un color escarlata.
-Te amo-, expresó, extasiada. Gemía y lubricaba a chorros. Yo era su especie en extinción. Mi pene ya tenía forma de boomerang. La penetré. Mi excitación discurre de forma lenta y gradual. Acariciaba sus senos, mordía su labio inferior. Ella hacia expresiones de agradable dolor, su respiración era cada vez más profunda. Besaba sus ojos cerrados, mientras ella murmuraba frenéticamente y aruñaba con fuerza mi espalda. Nos enrollábamos, el mutuo calor nos había avasallado. Sabía que estaba en su meseta, que recuperaba energías para encarar el clímax. Subíamos y bajábamos. «Oui, oui», decía, entre alaridos, hasta que derramé el néctar de mi paraíso sobre su vientre. Miré el reloj de la pared, mientras estábamos recostados. Siempre, después de hacer el amor, escuchábamos los discos viejos de Norah Jones y precisamente sonaba su canción favorita, Shoot the moon. Eran las cuatro de la tarde. Recordé que mientras subíamos a la suite, encontramos a mi padre. Tenía dos meses de no verlo. Él habló unos minutos con Aurellic en un francés destartalado. -Aujourd hui c'est lunes, Aurellic-, le dijo. -No. Estamos en día domingo-, le aclaró ella, compungida. Aprender francés era la forma en que mi padre combatía el alzhéimer. De repente el teléfono de la suite comenzó a sonar. Que pase, dije a la recepcionista.
I could sleep for a thousand years A thousand dreams that would awake me Different colors made of tears Velvet Underground
-¿Quién viene?-, preguntó Aurellic. Oscar JungleBoy, le respondí, mientras pensaba en que algunos cargábamos enfermedades que nada más esperan el transporte para desarrollarse. Me levanté y me vestí rápidamente. JungleBoy era un junkie. Cronológicamente se veía más viejo que yo, a pesar de que le llevaba tres años. Abrí la puerta. Al verlo, traté de imaginar la inmensa orgía que se llevaba a cabo en su sangre. Oscar nada más acudía a mí cuando había conseguido mucho dinero o tóxicos fuertes. Quizá su narcisismo estaba perdiéndose, como su mente. Era muy popular entre las jóvenes extranjeras que venían al país porque podía conseguir las drogas más solicitadas. Vivió en España y Dinamarca. También se rumoraba que junto a su pandilla, drogaron a una finlandesa y la violaron. Era una de las tantas versiones, pero se supone que la chica era una junkie excesivamente letal y de insondables lagunas mentales. También le gustaba chupar sapos, especialmente los que habitan en Comayagua. Según él, la leche de los sapos de por ahí es un alucinógeno tan potente que te hace sentir como un ángel de pantano. Nos abrazamos. Él sonreía como todo un retardado. -Man, ahora sos un skinhead-, dijo, con cierta comicidad. «Aquel día te fuiste rápido. Pensé que tocaríamos la guitarra». Le pregunté si quería algo de tomar. -Agua-, respondió, y perdió su mirada en el suelo. Era el típico junkie con maestría en calles de primer mundo y doctorado en las drogas más fuertes, y con tan solo diecinueve años. -Puta, Philip, ¿dónde has estado todo este tiempo?-, preguntó, mientras pestañeaba atolondradamente. -Estoy trabajando en la revista y en la joyería-, le respondí, mientras buscaba la botella de agua.
Óscar no prestaba atención a lo que decía. Sacó unas cápsulas de su fino bomber jacket, era mezcalina. Pensé en decirle que se largara, pero mi orgullo dictaminó que dicha droga no podría hacerme daño. Fue así como no dejamos ni siquiera residuos en la capsula. JungleBoy cabeceaba como si estuviese en un concierto de Velvet Underground. Puta, me dije, de nada sirvió mi reflexiva tarde. No podía dominar lo que hacía. Bueno, voy de nuevo, continué diciéndome, con franqueza, mientras mi sangre comenzaba a copular con el Agua de Ángel Mes. Empecé a sentirme como un ave fénix. A lo lejos escuchaba los ecos de mi alma. Placer, placer, placer… Me alejé de mí y allí, en el oriente, vi a Aurellic. No entendí nada de lo que decía. Se acercó y me abrazó. Su voz era una consonancia infantil. Cerré los ojos. Corrí hacia el mar, frenéticamente, completamente desnudo. Los ecos de mi alma se habían convertido en aullidos. El viento me producía simultáneamente escalofríos y calor. Cuando sentía pánico, abría los ojos. Luego los cerraba y aparecían las anémonas. En mi desubicado cerebro sonaba Come away with me, de la Jones. La noche comenzó a follarse el día. Apareció una imagen nítida de ArtikBoy. También su voz aguda y chillona “Loco, ajustemos la criatura... y después vamos a tirarle bolsas de mierda al Cristo del Picacho”. No sabía si se trataba del efecto del tóxico o si todo era verdad. Entre remolinos de frases escuché...
Ajustemos la criatura
¿Cómo?
¿Estás buscando?
¿Te quieres multiplicar por diez, por cien?
¿Estás buscando adherentes? ¡Busca ceros!
F.N./
God is empty just like me.
Zero The Smashing Pumkins
-¡Los voy a pelar! ¡Te lo juro!», expresó, con una mezcla de rabia y suspicacia-. Miré hacia el concreto y me pregunté qué putas hacía allí. Luego miré a ArtikBoy y le grité que se calmara. Un tipo se me acercó y me dio lo que pensé que era una cerveza. -Soy fan de tu trabajo-, sentenció. El Ángel ArtikBoy estaba de pie como un sicario frio y calculador. Seguramente pensaba en andar un fierro y disparar. Estaba enojado, meditabundo y distante. Tal vez recordó cuando de güirro culichoso evadía los machetazos de su chiflado abuelo. -A esta mara el cerebro le hiede como esos combos baratos de Burger King, ¡Por la gran puta!-, expresó ArtikBoy. Era una noche calurosa. La lluvia trajo consigo el olor a tierra mojada. ArtikBoy se me acercó, paranoico, como todo un encantador
de víboras. Observé sus ojos, sus pómulos de cacique. Sin duda me recordaba al Indio Lempira. Le dije que se relajara. -Loco, ocupamos a Luis —el taxista regordete—. Hablále-, dijo con cierto recelo. Tomé un sorbo de lo que pensé era cerveza. Entonces escuché a otro yo decirme que lo tenía todo. ¿Qué putas hacía mendigando y penando? Pensé en mis días de estudiante rebelde, pensé en mis viajes esotéricos. -¿Verdad que sabés quién soy?-, me preguntó El Flaco. No sabía de qué hablaba. Le dije que camináramos. -No. Dame un poco de cerveza-, indicó. Se la di. Lo vi eructar, su rostro era cetrino como el de un eunuco. -Ellos dicen que estás perdido-, dijo, sollozando, -Que sos un robotbeast perdido en el Devil’s Bar. Que tenés las varas-. Le pregunté arrogantemente hacia dónde íbamos. -A la Black Door-, dijo, cambiando el tono de su voz. Le dije que estaba bien, de hecho me encantaba la idea. -Mirá, todo el mundo dice que te la tirás de gran mierda-, prosiguió. Yo sonreía. Le dije que la gente siempre habla vanagloriosamente, que los barrios son jodidos y la gente chismosa. Lo que digan vale verga. ¿Quién putas no está loco? -¿Recordás los días en que sólo nos llevábamos jodiendo?-, preguntó, con mucha alegría. -Good old days! Sí, éramos criaturas especiales-. -En esos días me gustaba mucho más la criatura-, expresó, como añorando aquellas sensaciones -¡Mirá quienes están allá! Son los maniáticos de las pesadillas de los diarios. Vámonos por aquí, no me los quiero pelar. Que no se te olvide nuestro linaje-. Caminamos, pasamos frente a ellos; pero parecíamos dos personas inexistentes, ni siquiera repararon en nosotros. Yo no sabía descifrar si era el clima el que me mantenía frío y distante. -¡Mirá, mirá! Ahí está la policía. Fuck! Hay alguien tirado en el concreto-. Lo entendí todo. Nadie reparaba en nosotros porque el muerto nos robó la fama. El Flaco se acercó y contó los casquillos que estaban en el suelo. Recordé la frase “¡Última Hora!” mientras otras personas que se acercaban comenzaban a sollozar. Decidimos continuar caminando. Tres perros callejeros salieron a nuestro encuentro ladrándonos. -Loco, ¿has notado que desde que andamos en estos rollos todos los perros nos ladran?-, preguntó ArtikBoy, como apesarado. -Yo siempre he sido bueno con ellos-. Yo nada más sonreí. Siempre fui un tipo extraño, nunca soporté tanta sensiblería. Recordé sobre aquel asfalto mis días como hooligan, los días en el Estadio Nacional viendo fútbol. Poco después me percaté de la lluvia. Dos ancianas pasaron a nuestro lado como sombras. No sé por qué me hicieron pensar en mi época como fotógrafo. De repente apareció el sonido de la ambulancia. Entonces también me di cuenta que en realidad caminaba solo, y que ArtikBoy venía guindado en la parte trasera de la ambulancia, haciendo ruidos. Al pasar a mi lado gritó que me trepara. Lo hice, con mucha precisión. Las palabras de ArtikBoy se escuchaban distorsionadas por el aire zumbón. -Loco, a mí que no me hablen de libros, por favor. ¡Soy una biblia de neón en alta gravedad!-, gritaba, haciendo ruidos similares a los de la ambulancia. Yo me mofaba efusivamente. Imaginé a El Flaco esquivando machetazos en su pueblo. También pensé en su etapa ajustemos la criatura. Un día me dijo que andaba cinco mil varas, que había que comprar animalitos; pero horas antes había dicho que no andaba ni un centavo. Le pregunté extrañado de dónde había sacado el dinero. -Mirá, mil La China, mil Vincent, mil Diego, mil Aurellic y mil vos… Está cheque papa-, dijo, seriamente. Ese día pensé que ArtikBoy estaba colgado. Después dijo que quien ponía la cara ante la Yeca era él, y que lo hacía por todos nosotros. Recuerdo que le grité, cagándome de la risa, que por qué no quería poner nada. -¡Voy a poner el taxi y la cara por ustedes, hijos de puta!-, respondió. Seguíamos encaramados en la ambulancia. Miré el rostro del chofer por el retrovisor. Apenas escuchaba sus silbidos, pero estoy seguro que silbaba The Mould, de Bredich Smetana. «A este compa seguramente lo pelaron por error», dijo ArtikBoy, cambiando el tono de su voz. -Morir así es una bendición. Este hijo de puta está premiado. ¡Fuck loco! ¡La Loto! Fuck!-, continuó, -¡Últimamente se me olvida comprarla!-. Recordé cuando le pegó a la Royal, en el casino. Nos fuimos inmediatamente para Roa. ArtikBoy veía el pijo de animalitos en sus manos y decía -Esto sí que es el paraíso-. Recuerdo también que fue allá, en Roa, donde descubrimos su fobia hacia los cangrejos. Me pregunté cuál sería su animal tótem, y quizá era precisamente el cangrejo, porque igual camina para atrás, sin dejar a nadie avanzar. -Tirémonos loco, tirémonos-, gritó ArtikBoy, interrumpiendo mis recuerdos sobre el diving de Roa y cuando vomité bajo el agua. Parecíamos expertos en ese tipo de saltos. -¡Hey! ¡Hey! Hora de ajustar la criatura, ¡Hey! ¡Hey! Si no la ajustamos te pelo-, comenzó a cantar. Avanzamos, yo pensé que donde nos tiramos había muchos zombies. -Sí loco. Ahora sólo mierdas zombies y zombies. Lo majes hablan de los gringos, incluso algunos los odian, pero hacen las mismas pendejadas que ellos. Quieren ser zombies Kardashians, imagínate a esa mierda de familia educando a estos zombies, que estupidez, qué hechos pija estamos. Y más con esa mierda de PlayStation. Me acuerdo que yo en San Matías jugaba trompos, maules y pelota con piedras de portería. Generación agringada papa-, dijo ArtikBoy, tristemente. Pero vamos por la criatura, le dije, elevando la voz y con el único fin de acrecentar sus ánimos. Llegamos a la Black Door. El lugar estaba desierto. Había un par de zombies que ni siquiera tenían la mínima intención de reparar en nosotros. -Puta, ahí está el mismo pendejo de la otra vez. Philip, si está jodiendo ahora sí lo voy a pelar-, aclaró ArtikBoy, algo preocupado, susurrándome al oído. -Ya les he dicho que con esas patas no pueden estar acá-, dijo el viejo de la barra. Yo le dije que no éramos animales, que aún no. -¿Por qué putas nos vamos a ver las patas?-, gritó ArtikBoy, encachimbado, -Viejo cara de pija-. -¿No ven que tienen patas de cabra? No pueden entrar, por la gran puta, a menos que se cambien esas patas-, dijo el viejo, burlándose. -Sólo queremos comprar un par de criaturas-, dijo ArtikBoy, enfurecido. -¡A la pija!-, indicó el viejo, endemoniado. Yo recordé las palabras del Ángel, -Recordá nuestro linaje, loco-, y entonces miré mis piernas. ¡Mierda ArtikBoy!, grité, nerviosamente, -¡tengo patas de cabra!-¡Relajáte Philip, a este viejo lo voy a pelar!-, dijo Ángel, emputado, mientras observaba como señalaba con mi índice sus patas. -¡Por la gran puta loco! ¡Qué loquera andamos! ¡Mirá que hasta patas de cabra andamos! ¡Diosito, no puede ser!-, dijo ArtikBoy, muy alterado. Pensé que ArtikBoy sacaría esa imagen bizarra de su mente; pero no, me dijo que no sentía el pecho y luego se desmayó. Yo también sentí que había caído en un extraño lugar. Escuché incluso la voz de mi madre: “Yo recé para que dejara los vicios, pero no recé por su vida”. Fuck!, grité. Desperté. Estaba en mi cama. No supe qué había pasado. Aurellic sonreía infantilmente. -¿Qué tal el viaje-, preguntó, con majestuosa tranquilidad. No respondí, nada más le pregunté por la hora. Me dijo que eran las cinco y media. Luego le pregunté por Óscar. -El tío se marchó, como a las tres y media-. Qué pesadilla, me dije. Me soñé con patas de cabra. Era lunes. El cielo estaba aburrido y cansado. Mi cerebro estaba hipersensible. No supe, si lo que sucedió fue real o nada más un sueño.
#Undiosunderground (Pronto subire el resto :) )