Y por fin te
encontraron los zopes, cabrón
Dar Darkos Barahona
Por guardar ese emblema divino
marcharemos ¡oh patria! a la muerte;
generosa será nuestra suerte
si morimos pensando en tu amor.
Defendiendo tu santa bandera,
y en tus pliegues gloriosos cubiertos,
serán muchos, Honduras, tus muertos,
pero todos caerán con honor.
marcharemos ¡oh patria! a la muerte;
generosa será nuestra suerte
si morimos pensando en tu amor.
Defendiendo tu santa bandera,
y en tus pliegues gloriosos cubiertos,
serán muchos, Honduras, tus muertos,
pero todos caerán con honor.
Himno Nacional de Honduras
–¡Que no jodan estos cerdos! –gritó el
chaparro con chispeantes ojos de maldad. Hizo una pausa, sacó su arma e hizo el
simulacro que disparaba. –¡Hijos de puta! –añadió.
–Deberían de morir –interrumpió el más alto
con voz grave y profunda y señaló al anciano, que avanzaba felizmente al estar
en medio de dos tipejos miserables. Luego exclamó:
–¡Hay que dispararle ya!
Y el que vestía de traje negro, y tenía un
semblante cruel, sacó su arma, hizo un disparo al aire y en sus espejuelos se
reflejaba el horror que causó a su
alrededor. Hizo otro disparo al aire y gritó:
–¡Viejo hijo de puta!, ¡hoy sí papaíto, de
esta no te escapas!
El anciano avanzó inseguro por el estallido de
los disparos. Recordó sus días de atleta, sus días de futbolista, pidió al
señor un milagro para poder huir, como aquellos días cuando anotaba goles y se
iba a celebrar mesiánicamente entre los fanáticos. Pero tropezó, ya nada era
igual: la vejez es como la pobreza, pensó antes de volverse a desmayar.
10 minutos después recobró el conocimiento, y
de nuevo pensó en sus días de futbolista, pero se volvió a desvanecer. Algunos
minutos más tarde, despertó por el ardor que sentía en la mano derecha,
advirtió que le habían cortado el dedo índice; sentía un dolor intenso y cómo
su sangre fluía y se estancaba a la vez. No podía ver nada, sus ojos estaban
vendados con un trapo que apestaba a mierda de gallina. Comenzó a orar, aunque
nunca se había aprendido una oración. A su mente vino Marinita, aquella niña
que le gustaba pero que eliminó en un juego energúmeno, violento y sexual; su
corazón se estremecía cada vez que la escuchaba hablar, pero no entendía qué le
decía… era un lenguaje extraño. Todo se esfumó al escuchar que dijeron en coro a
este lo vamos a eliminar.
–Por favor díganme qué
quieren –tosió para agregar con sollozos –hablen
con mi familia, soy diabético e hipertenso.
–¡Cállate, viejo cara de
pija! –gritó el que vestía de negro.
–Yo soy ya un ser
inservible –hizo una pausa y continuó– dejen
que la muerte me lleve tal como Dios quiere. Tosió
de nuevo y el chaparro le asestó un fuerte golpe en el rostro.
–Por favor, no me hagan
daño –dijo lloriqueando e inmediatamente uno de los tipos le
puso un esparadrapo y le recriminó:
–Viejo cara de verga,
ahora lloras, pero antes eras un hijo de puta cabrón.
El pobre anciano sintió algo frío en la sien,
imaginó que era una nueve milímetros, y recordó sus días de gloria, sus días de
dictador, sus días de whisky y de cipotillas, sonrió al recordar su
último festín con aquellas menores de edad, recordó aquella vez que con su
mejor amigo, al que mandó a eliminar después, tomaron a la fuerza a Marinita, cipotilla de sociedad y la
desaparecieron, la enterraron en una de sus lujosas propiedades, y gracias a la
“caja chica” que creó para la prensa tarifada ocultó el escándalo, pero el
sonido del cerrojo de la pistola interrumpió sus recuerdos. Entonces pensó en
su mujer que le soportó toda la infernal estadía de dictador y megalómano.
–Perdón –dijo–, perdón
Helena… perdón Marinita.
–¡Ahora sí hijo de puta,
que los zopes por fin te encuentren! –dijeron
en un temeroso coro que le recordó el soundtrack de Damián, una de sus
películas favoritas, y lo lanzaron como
si fuese un saco lleno de tuzas, sintió un aire denso, luego el impacto en un
charco de agua maloliente. Por un momento creyó haber caído en su natal Danlí,
deseó sentir el olor a ocote, del que presumía en sus viajes al exterior ante
los grandes mandatarios, pero no pudo sentirlo.
Volvió a lloriquear, a su mente llegaron los
rostros de todas las personas que desapareció, imaginó que las lágrimas de
éstos era la llovizna que ahora caía sobre su cuerpo. Los zopes son mis
cómplices se dijo y a él llegó una imagen: los zopes sacándole los ojos en
la portada de un diario, e imaginó el dolor por pocos segundos, pero enseguida
se dijo mis hijos y mi mujer se están vengando, hizo una pausa, tragó
saliva y sollozó: el pueblo sabe, no me encontraron nada, no soy culpable.
¡Mi esposa!, no, no.
Su mente quedó en blanco, pero él sentía la
presencia de animales, especialmente de los cerdos que lo olfateaban, ¿qué
día es hoy?, se preguntó y creyó que los cerdos lo devorarían. Escuchó a lo
lejos el motor de un vehículo, es una Land Cruiser exclamó con alegría.
La camioneta se detuvo bruscamente y escuchó
varias pisadas, son botas de soldados se dijo y sintió una extraña
alegría. Percibió que eran jóvenes, le introdujeron con violencia algo en la boca, es un alicate se dijo y el anciano grito ¡mis dientes, no!
Inmediatamente, alguien detonó una ráfaga de
disparos, los latidos de su corazón tomaron la misma velocidad de una m60 al
disparar. Se desmayó. Al volver en sí, reconoció la voz del reportero que mandó
a golpear por la publicación de una nota negativa, el anciano entre sollozos
decía su nombre: José, José.
Escuchó el motor del automóvil que lo
conducía, no era una Land Crusier. Distinguió que era una pick up, pero no
reconoció la marca, imagino sentir, que ese coche era más cómodo y su espalda estaba más relajada. Respiró
pausadamente y dijo:
–Gracias padre hermoso y
celestial –exclamó, a pesar que siempre había sido ateo. Su boca
estaba reseca, quiso pedir agua, pero desistió porque pensó que la podría pasar
peor. El coche se detuvo.
–Al fin salí de esta –dijo
con arrogancia.
Intentó distinguir el aroma del lugar donde
estaba, pero estaba frío, muy frío, y sintió que le abrieron la piel, recordó
su niñez nadando en el río Jalán, lo suturaron y creyó ver muchos hoyuelos, e
imaginó que era un sueño al ver la luz que entraba por uno de esos huecos.
–Qué raro –dijo
suavemente. Luego las imágenes y las luces desaparecieron, y dijo confundido: –Es
un foco. Se desmayó.
***
Advirtió que ahora iba en un Sedan, por el
sonido del motor reconoció que era un Mercedes, que era su marca favorita, pues
conocía a la perfección los autos alemanes. De repente escuchó a una joven
mujer llorar.
–Se parece a la voz de mi hija –dijo. Quiso
moverse pero desistió al suponer que lo iban a fulminar.
El coche se detuvo y escuchó su nombre entre sollozos
y lamentos. El que conducía detuvo la marcha, abrió las puertas y dijo: Bájemelo.
–Ahora adónde me llevan –se
dijo recordando que desde joven había tenido éxito en todo, recordó a sus cinco
hijos, a sus nietos, y de pronto lo bajaron entonces pensó que lo llevaban
escondido o secuestrado en una caja, pero esta vez solo pudo escuchar una voz
grave decir “Este viejo sí era basura”.
–No, si yo no soy basura;
quieren que les dé dinero –exclamó
mientras pensaba cómo había tratado de deshacerse de sus suegros y continuó:
–Por qué estoy pensando en
esto si ya le pedí perdón a Dios por lo que les hice –susurró
al instante en que recordó la vez que arrojó a su empleada doméstica por las
gradas porque le comentó que estaba embarazada.
–¡Por qué putas no te
cuidaste más, demonios! –gritó.
–En ese tiempo tenía 45
años, ¿no?... perdón –exclamó y dijo– María
perdóname.
Sentía que era llevado algún sitio desconocido
para él.
–Déjenlo ahí –escuchó
a su esposa decir.
Se emoción al reconocer su voz y trató de
golpear el cajón, imaginando que ya sabrían que él estaba escondido en esa
extraña caja.
–Hey Helena –creyó
haber gritado–. –¡Helena!
–volvió a gritar.
–Puta, siempre creí que
eras pendeja, pero nunca me imaginé que tanto –comentó,
recordando que cuando eran jóvenes le gustaba jugar que él era el diablo, la
maltrataba y la castigaba quemándole cigarros en su espalda. Luego escuchó:
–Y ya para qué vamos a ver
a este bastardo –susurró el hijo menor. El anciano lo escuchó
detenidamente y gritó:
–Te voy a desheredar hijo
de puta.
Luego lo movieron y mientras era trasladado
pensó en hacer lo que hacía en el pasado: mandar a Dios a la mierda y que el
diablo le pusiera de nuevo la corona, pero recordó el sueño donde le
aparecieron el diablo y el cadáver de la aquella menor de edad, cuyo nombre no
pudo recordar por extrañas razones. El cadáver y el demonio le decían que ya no
servía por viejo, manipulador y sentimentalista, fracasado y aleluya impostor,
demonio de charco… que ahora las iba a pagar todas y el cuerpo inerte de la
adolescente le decía: Alere Flammam Veritatis. Al recordar la pesadilla, el anciano
entró en pánico y se desvaneció. A los minutos gritó:
–¡Ahora adónde me llevan!
Si supieran estos imbéciles que voy escondido en este cajón –y
continuó:
–Mierda, siempre han sido
unos imbéciles, es por eso que odio a todo el mundo.
Luego alguien hablaba por un micrófono, pero
no podía entender lo que decía. Solo pudo escuchar el reino de Dios, lo
tenga en su gloria.
Ignoró esas palabras e intentó recordar a sus
secuestradores, recordó la frase del más violento que los zopes te
encuentren.
–¿Qué putas significa eso?,
ah, pero esa voz se me hace conocida, ¡se parece un poco a la de mi yerno!,
¿pero adónde la he escuchado?, –analizó mientras
era movido de nuevo. Enseguida algo cayó sobre la caja e hizo un gran estruendo.
–¡Puta!, es milagro que no
me haya desmayado –pensó y alguien dijo:
–Hasta Jesús le quiere
pegar.
–¿Será algún nieto mío que
ha de tener problemas con algún Jesús? –se preguntó.
–Creo que es mejor llevarlo
en el mismo vehículo –escuchó decir.
–Pendejos, si supieran que
estoy aquí secuestrado, qué imbéciles –dijo
al momento que suspendían el cajón.
El conductor y su ayudante subieron al mismo
tiempo.
–Era un viejo cara de pija
–comentó el conductor y el ayudante reía como vieja
maniática.
–Dicen que se le miraba el
cráneo y que los zopes le habían comido la mitad del cuerpo, hasta los cerdos
se dieron su festín –agregó el viejo y robusto
conductor, y carcajearon en coro.
–Sí que era maldito ese
hijo de puta –interrumpió el ayudante y siguió carcajeando.
–Puta, a saber de qué
cabrón están hablando estos pendejos, pero no parecen los mismos que me
llevaban, ¿será estrategia?, no les conviene ser los mismos, pero en este cajón
sigo secuestrado, pero cómodo –pensó el anciano
y sintió su boca seca, quiso saborear su saliva, pero no pudo, entonces
comentó:
–¡Ay!, ya se me olvidó cómo
se hace esta mierda, estoy cansado, pero no siento necesario beber agua.
El coche se detuvo mientras él recordaba todos
los millones que poseía, sonrió y se dijo:
–Es cierto: uno no se lleva
nada cuando muere –luego recordó lo hijo de
puta que fue, sintió sueño.
–Me siento como borracho o
como cuando me operaron el hígado, después de la anestesia –pensó.
–Para hacer mi fortuna tuve que crear un cementerio
de crímenes –se dijo.
Volvió a recordar aquella menor de edad que
acosó, violó y desapareció, pero esta vez recordó su nombre. Se la imaginó como
demonio y gritándole no soy Marinita, soy el demonio, te dije que me las
ibas a pagar.
Sintió temor, un temor extraño, como si
entrara a un lugar frío y desconocido. Desvió su atención pensando en sus
millones, sonrió.
–Ni eso se lleva uno
cuando muere –carcajeó, y sintió que las fuerzas se le escapaban
poco a poco.
–Cuando salga de esto iré
con Helenita de rodillas hasta la Basílica de Suyapa, y haré donaciones a los
feligreses más pobres –e intentó llorar y pedir perdón.
Se sintió asfixiado y que se elevaba, entonces
miró hacia abajo y notó un cementerio y delirando dijo: ese no lo maté yo.
Luego descendió y quedó estático por unos segundos, en ese lugar donde creía
que lo tenían escondido. Enseguida pudo escuchar toc,toc,toc,toc en el exterior
de su supuesto escondite, una carcajada malévola le hizo entrar en pánico y una
voz le susurró:
–Y los zopes por fin te
encontraron cabrón –y volvió a escuchar la
carcajada.
*****
El anciano fue enterrado después de ser
encontrado en un potrero abandonado. Tenía una semana de muerto, ya los zopes
habían devorado la mitad de su cuerpo, y los cerdos le devoraron el corazón,
pulmones y el brazo derecho. Lo reconocieron por los hoyuelos de sus dientes de
oro, que fueron extraídos. Su dedo índice fue cortado. Nunca nadie pudo
encontrar a los responsables. Una teoría esotérica dice que demonios del pasado
lo jodieron, otra teoría dice que el señor padecía de alzheimer y por eso se
perdió, pero esa fue la versión que su señora publicó en un diario, un diario
que fue cómplice de todos los crímenes que cometió el dictador.