jueves, 1 de junio de 2017

ALGO NATURAL Y VERDADERO SOBRE TEGUCIGALPA


Qué relajo mental. No puedo asimilar nada. Estoy sobrecargado. Miro la guapa y gibosa luna. ¿Qué diablos hago aquí? Tegucigalpa es una ciudad extraña. Está loca, risueña, iracunda, salvaje. Es tan realista. Es tan estrella porno. Es tan asesina en serie, tan sexi; siempre tropical. ¿Qué pensará Tegucigalpa de quienes fingen ser felices con una selfie, de aquellos artífices del derroche que se creen royalty? Aquí todos odian pensar en su kit, en cómo tienen amueblada su mente. Pero lo sé, todo es falso. Tienen miedo de pensar en sí mismos. Puros fantoches, como dice DiabolikBoy. Miro los cipreses, las palmeras,los árboles de acacias del parque La Leona. El maldito alcalde los quiere cortar para, según él, modernizarlo. Maldito imbécil. Bien lo repite mi maestro de Jiu-jitsu: «El alcalde es árabe. A los árabes les fascinan los desiertos». También presto atención al estacionamiento. Algunos autos se mueven en forma de vals, como si sonara Strauss. Por supuesto: dentro están follando. Recuerdo entonces las palabras de TropicalBoy: «En el futuro todo se volverá máquinas y prótesis». También recuerdo que luego de soltar dicha frase el cabrón eructó. TropicalBoy lleva un tattoo en la espalda, en alusión a los truenos; apenas se distingue, ya que es muy trigueño. También evoco a su regordeta mujer, coqueteándome. Qué pijeo. Sólo dopado, enculado y loco podés vivir tranquilo en esta ciudad, como dice Juana la loca.
 Pero, en fin. Alargo la vista hacia los arbustos. Miro a un gato muy parecido al mío, a Esleyer (sí, así, con “E” al principio). Se acerca hacia mí, luego desaparece. ¿Será que los gatos son algún GPS alienígena? No sé. La pendejada está para reírse. También miro a las hormigas llevando en sus lomos pequeñas hojas. Claro, estamos en mayo. Mes de lluvias, inmigración de aves, de cumpleaños de gente querida y respetable. ¡Mierda! ¡Aún hay un vergueo en mí! ¡¿Quién puede hacer arder en llamas todo lo que hay en mi cabeza?!
 —Loco, cayó el 14. Qué mierda— dice el ApacheBoy, atizando con su voz chillona el cagadal en mi cerebro. 
 —¡No tenés algo mejor que decirme!— le grito.
 —Loco, andás amarguchi. Sereno, papaíto—me dice, mientras saca de sus bolsillos los boletos de la Loto. —Mirá: tengo el 12, 10, 00, 01, 41, 96, 24 y 33, y ninguno es el mierdero 14. ¡Por la gran puta! ¡¿Lo compraste o no?!—, añade, encorvándose.
 —¡No!— le grito, con ánimo de estamparle un doble jab. 
 —¿Y a vos qué te pasa?— me pregunta, como retándome. 
 —Hay un pijeo en mi cabeza, ¡no podés entender esa mierda! 
 —Tranquilo ombe, ¿pensás que sólo vos vivís en esta milpa? Jodás. Esto es pijeado. Lo bueno es que nosotros somos parejos— dice, eso último mientras mostraba los dientes que la tía Juanita le mandó a enderezar. Miro sus ojos, sus rasgos indígenas. Definitivamente se parece a Lempira; miro también sus pupilas, su iris verde de nubes grises. Aún no sé cuál de sus ojos es el que tiene bueno. Luego pienso en todo lo que dicen de nosotros. Entonces el caradepija sonríe, como si supiera lo que pienso. Pero bueno, ni a él y mucho menos a mí nos interesa esa marabunta de cerotes sentimentales, llenos de doble moral. Grupillos aleluyas, borreguiles. Inseguros de mierda. De pronto siento que levito. Miro al ApacheBoy mientras asciendo: lleva un sombrero justo como el que usa Slash, de Guns and Roses. También lleva puesto un blazer rojo, ajustado a su torso y a su pantalón banco. ¿Será que el cabrón se vistió de domador? Además parece al director de un circo, quien anuncia los actos uno a uno. ¡Joder! ¡Veo a los trapecistas! Los payasos hacen piruetas en el aire, caen de pie y extienden los brazos. Los árboles aplauden y el ApacheBoy menea el sombrero como si fuese un torero. Veo además a TropicalBoy, vestido como Hitler, con una capa con la A de anarquía. «¡Punk forever!», grita. ¡Fuck! También aparece IzquierdaBoy, vestido como el Ché, con una capa de oro y en ella el logo de una mazorca. «¡Guácala el inglés», grita rabioso.
 ¡Joder, joder! También está ExiliadoBoy, con cientos de euros pegados como sanguijuelas a su cuerpo, escribiendo «¡Vamos Pueblo!» en su muro de Facebook, con el celular que lleva entre las manos, «El pueblo unido jamás será vencido», se comenta él mismo. DerechaBoy aparece vestido de mago. También observo a ReligiosoBoy, igualmente vestido de mago. Ambos hacen artilugios y visten la ciudad de pobreza. ¡Y qué decir de PanzerBoy, ZauroBoy, ambos vestidos de hombres bala flamencos! ¡Y Madmixxx, sí, también está el Madmixxx, asegurando que Jehová y el santísimo Jesús acaban de enviarle una solicitud de amistad en Facebook! Canta “Cordero de Dios” en una versión Black Metal, además. Todos son enanos, pequeños que comienzan a pelear de forma infantil y cómica cuando de pronto ¡Plucks! Dejé de levitar. Me quedé absorto, meneando la cabeza como un imbécil. Entonces recuerdo que tomé del té que nos envió el Kraut de Potsdam, Alemania. Tomé junto a Marie y el ApacheBoy, hacía ya un cuarto de hora. Ella, Marie, nos dio ride hasta el parque La Leona. Se despidió sonriendo y escupiendo «Fick dich, scheisse». Comencé a recordar a Kraut. Hace muchos años vivía en La Vega. Recordé su pésimo español, el día que el watchman de la zona, al verlo en calzoncillos comprando en pulpería, le dijo:
 —Hey, compa, se le salió la verga. 
 —Sí. Aquí es La Vega— agregó Kraut, y se marchó como si nada. 
 Reía como un lunático mientras recordaba todo aquello. Hasta que (por enésima vez) el ApacheBoy me interrumpió. 
 —¿Cómo es aquella frase, “no me toqués, que estoy lleno de culebritas”? 
 —Don´t touch me I´am full of snakes. La escribió J.K— le digo. 
 —Awebos. No me toqués, que estoy lleno de veneno. No le dimos más vueltas al asunto. —

MilpaBoy, nosotros somos fieles— continúa el ApacheBoy.
 —Es mejor así. Tener tres o cuatro mujeres es un dolor de güevos. Sobre todo por las redes sociales. No estoy tan loco. 
 —Yo tampoco— dice el ApacheBoy, sonriente. 
—Aunque estos hijos de puta dicen que somos un par de maricones, sólo por no mujerear; pero no entienden. Vos sabés que tengo un mazacuate monumental. Allá en San Matías sobre las piedras que hay en los bordes del río nos medíamos la verga con los primos— añade. 
 —¡¿Cómo?! Fuck! ¿De qué estás hablando?— le dije. 
 —Como que mirés iguanas en las piedras. Es una manera arcaica, lo sé, pero para mí es un orgullo medirme el mazacuate. Es la única cosa en la que gano a mis primos. Nuestros antepasados así lo hacían; íbamos al rio, por el pija de calor que hace ahí, me entendés, y sobre las piedras nos acurrucábamos y poníamos el fierro, con cuidadito. Vos sabés, un mal movimiento y se te destempla. Mi tío Juan, a veces, escogía la piedra según la posición del sol; él es el árbitro, además, y con un yeso marcaba el tamaño. Sonaba el silbato tres veces al corroborar quien era el ganador. Un día de estos te lo presento. Es buena onda. Él es el que tiene el mazacuate más grande, y se lo cuida, lo pone en remojo en sangre de culebra o de toro, no podemos competir con él, así que mejor se hizo árbitro. Se lo mide en luna llena, nueve meses después nace un nuevo ApacheBoy. 
 —¿Es en serio lo que contás?— pregunté, asustado.
 —Sí, vo. Antes era mi tío Pedro quien tenía el más enorme mazacuate, después mi primo Caralampio y luego yo; mi tío Pedro está en la USA y mi primo Caralampio es chuleta, entonces mi tío Juan dijo que Caralampio lo tiene de adorno, que así no cuenta, que es una deshonra. Dejé el asombro y comencé a carcajearme. Él y toda su familia están locos. 
 Miré cómo organizaba su cabello, cómo tomaba un sorbo de la cerveza, sus comisuras. Lo miré meditar y observar a cada tanto el boleto arrugado de La Loto; lo tiraba al suelo, lo recogía y se lamenta diciendo «¿Por qué, Dios mío?».
 —Parecemos pendejos esperando a DiabolikBoy, ese maje ya no vino— le digo.
 —Perate un ratito. Tal vez cae— me dice. 
 —No. Seguro se durmió. Estaba bien pedo— le dije, y comencé a caminar. 
 —¿Dónde vas?— preguntó. 
 —Quiero caminar y estar solo. Ya vuelvo— sentencié. 
 —Va a llover. No te vayás lejos papaito.
 —Perfecto. Quiero algo así. Algo natural. Avanzo mirando al cielo. Un relámpago raja la noche y luego se escucha el estruendo. 
 —Loco, no me dejés solo— me dice el ApacheBoy. 
 —Otro día hablamos— le expreso, contundente. Miro mis botas. Jamás he odiado mis pasos. Voy en mi ruta; sin embargo odio la tediosa rutina. Por ello los amigos que tengo. Juntos somos un circo. Bueno, en todo caso DiabolikBoy se durmió. La lluvia comienza a caer, y está bien. A fin de cuentas es lo único real y verdadero.



Pic. Sam Pistols