martes, 26 de septiembre de 2017

“Take ´em all”


Hugo y su “take ´em all”

                     “Take ‘em all, take ‘em all
Put ‘em up against a wall and shoot ‘em
                  Short and tall, watch ‘em fall
                     Come on boys take ‘em all”            
                                                    Cock Sparrer

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En su “Moshpit” subterráneo, corre y se detiene, escucha el “riff” de la banda “Última Milpa” y eso lo hace delirar en recuerdos de peleas callejeras, de días de furia, de tiempo de injusticias, y sobre todo en el punk oi! oi! Sonríe porque recuerda que su chica le ha regalado ese disco tributo a Cock Sparrer, en ese instante ellos tocan el “cover” de su canción favorita.
Hugo está a punto de cantarla. Él mira seriamente a su público compuesto de jovenzuelos, abandonados, descuidados, drogos, descontrolados, y anarquistas, ellos gritan
 ¡Oi! ¡Oi!
Hugo baja sus tirantes, frunce el ceño y acerca el mic con su mano izquierda a su boca tóxica y  canta:
 “Take ‘em all, take ‘em all” y se mueve entre locura y lujuria, salta y grita, empuja y piensa “fuck them all”, piensa en los hooligans y en su mágica patineta, “TAKE ´EM ALL FUCKERS ARGH!”.
Recuerda  aquel día: Veinte oficiales de policías y varios militares, contra él solo, eso fue porque bajó sus pantalones y defecó enfrente del Congreso Nacional, enfrente de todo el mundo político. Ellos tenían una conferencia de prensa por la creación de un nuevo impuesto, eso a Hugo le molestaba, porque era más dinero, para más corrupción. Luego les gritó ¡mareros hijos de puta! Los oficiales y militares inmediatamente lo arrinconaron.
Peleó como un espartano, jugó provocativamente con las ametralladoras, y los rifles Fal y gritó: –¡Vaya papa dispará! –¡Vaya  jalá esa mierda!– Un toletazo lo dobló y cayó, lo tomaron y lo tiraron como un animal a la paila de la patrulla, directo a la cárcel. Esposado desde las manos hasta los pies, como si fuera un asesino en serie.
¡Cómo amo los vergueos! pensó –Esta tierra debe estar demasiado loca para sostenerme.
De repente se detiene y los recuerdos desaparecen por el “riff” de la guitarra, busca un cigarro, recoge una colilla, la enciende y vuelve al “moshpit”, piensa en todos los vergueos en los que ha estado, piensa en sus cicatrices, accidentes de auto, sus idas al estadio, los vergueos con los chepos,  y los reds, mira ahora con rabia al público y canta “Take´ em all fuckers”, y se pone en posición de pelea, cierra sus puños y comienza su ritual. Se sumerge en la batalla con el público. Ellos lo siguen entre coros, empujones y caricias. “Épico” piensa. A su mente vino la cicatriz de su antebrazo, fue el día en que la sierra circular, al chocar con el aluminio se disparó e impactó en su antebrazo y le hizo esa extraña cicatriz que lo hacía lucir como un “badboy”. Sonríe maliciosamente y empuja con furia, impacta con fuerza y canta con locura, recuerda la cicatriz de su cabeza, fue en el estadio con la barra rival. Tres envases de cerveza impactaron en su cabeza, en esos días la ambulancia del hospital público se había convertido en su limusina, y los doctores nunca le creían que tenía diecinueve años porque aparentaba de quince, luego piensa en su cinta favorita “The Believer”, siente un empujón, enseguida viene a su mente su pasatiempo favorito “el fútbol soñoliento” (un par de pills para volar y jugar) con sus compas, ¡bang! recuerda a su padre cuando le regaló su primera guitarra ¡bang! recuerda el tattoo del rostro de su madre que está en su bicep izquierdo ¡¡Argh!!! Hace una pausa estirando los brazos y luego empuja con furia, seguido de una lluvia de golpes, pero no deja de cantar;
“take´em all against the wall”.
Y alguien grita “¡Los chepos!”.  

–¡Me  vale verga! ¡me vale verga! canta y sigue –All those pigs... me vale verga– y trasmite una orgía de emociones que estimula al público. Hugo mira que los “chepos” se apoderan de todo y cortan el fluido eléctrico. Su concierto se cancela y él sigue cantando “Fuck them all”, “come on boys! Take ´em all”. –Vaya se acabó tu mierda– dice el oficial de más jerarquía. Hugo sale corriendo. Cinco oficiales salen detrás de él, Hugo anda ebrio, se cae y lo atrapan. –¿Por qué? ¡Ah! pregunta Hugo enojado, agitado y sudado. –Recibimos una denuncia, que aquí se estaban drogando, pués!– sentencia el oficial gordo. –¡Que hiedés!– Interrumpe con su voz de trueno el oficial que tiene mejor cuerpo, (Lo levanta). –¡Vas de nuevo a la cárcel! grita el oficial viejo. –Otra vez “Huguito”– murmulla el oficial más tranquilo y Hugo dice: –¿Sí y qué? ¡Fuck you!– y el oficial tranquilo carcajea –jejeje…. Y le dice cómicamente; –Manos (pone las esposas), pies (pone los grilletes).      –¡Perros hijos de putas!  Estoy chavalo y en un par de años los pondré patas arriba cerdos, productos terminados. –¡Pues, por lo menos unos meses te quedan de vida! dijo el oficial gordo y el otro con mayor rango le gritó con voz de trueno –¡Caminá!    
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–¡Hijos de puta!–, gritó y continuó, –Argh! a esos perros políticos, no les hacen nada, sólo a mí...        –¡Callate!– gritó el oficial de mayor rango, lo toletea, ese golpe impacta en la boca de Hugo, y lo hiere, la  sangre fluye y  los escupe.
–Juajuajuaja tengo Aids! hijos de puta. ¡Mueran! (él sabe que es mentira pero quiere ser el que domina la situación).
Los oficiales se calman, se limpian y murmuran –Nos jodió. Lo dejan tranquilo y avanzan por el pasillo, Hugo recuerda que cuando era niño su madre lo traía a la cárcel a ver a su padre, y que éste siempre le dijo “Fuck the system”, no en palabras pero si en sus acciones, su padre fue miembro de un escuadrón de la muerte de los ochenta. Él lo introdujo a los libros como “Las sociedades abiertas y sus enemigos” de Karl Popper,  también lo adoctrinó con  teorías de anarquía, comics, música punk y un patriotismo extremo. A pesar de que su padre era un ex militar, sabía que una gran batalla borraba miles de pequeñas batallas y sabía que su hijo, de la única manera que lo podría entender, era, por medio del caos. Abren la celda y Hugo entra por sí solo. Y se dice a si mismo: –¡sólo así entienden estos animales!– su sangre brota y comienza a saborearla, cierra los ojos y se acurruca y se dice “sabe a miel.” –¡Mira tu habitación de lujo está vacía pués! exclama el oficial gordo y su mirada se pierde a través de los barrotes, y recuerda aquel concierto que reunió mil personas, comenzó con “Himno a mi utopía”, seguido de “Maíz y machete” y terminó con “Ahora vamos contra la pobreza” –juajuajua– carcajeó y luego sonrió. Parpadeó sabiendo que actuaba, y pensó que ese día pudo haber fornicado a todas las chicas, pero no lo hizo por su Juana. –Sí Juana– dijo y pensó no tarda en venir, recordó que le compuso la rola “En una transfusión buscamos la evolución”, lo más curioso es que ella no era punk, si no que cristiana y buena chica. Pero a él no le importaba, ella le daba respiración a su caótica vida, carcajeó y dijo –Estoy loco.
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 Bollocks como dicen: los ingleses punks se exclamó, y se levantó del sucio concreto, pensando que era la bala que mató a Hitler, bajo sus tirantes, luego pensó que su existencia era extraña, sentía hambre, hambre por convertirse en un animal, no tenía miedo.  Carcajeó y frunció el ceño. Cerró los ojos, y escuchó el bombeo de su corazón, y sintió el “ riff” de sus latidos. Extrajo de uno de los compartimiento de sus botas un pitillo y lo encendió, lo aspiró en un zas, la sensación que más odiaba era el humo el cual hacía que sus ojos picaran, tosió, se puso relajado y  recordó cuando sus compas le decían que en esos estados parecía un lobito perdido, miró las paredes de la celda, verdes se dijo, su mente era una computadora que procesaba y diferenciaba los  nombres comunes y apodos desastrosos, cerró los ojos, sabia que venía la mejor parte del trip y comenzó a gritar –¡Sós un cabron! ¡vos sos un cerote más! y corrió de extremo a extremo, pateó y saltó; se imaginó que los chepos estaban a su merced, estaba solo en la celda, pero tenía un millón de cabrones en su mente. Los oficiales llegaron y le gritaron. –¡CALMATE LOCO PENDEJO! –¡Vení aquí hijo de puta! Los oficiales abrieron la celda y lo zarandearon salvajemente, Hugo conectó buenos golpes, que eran de consideración, hasta que el último toletazo lo desmayó.
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Soñó que andaba en su patineta favorita, era la que tenía impreso el nombre de Carl Sagan, hizo un flip-360,  luego se miró que llevaba una cerveza Imperial (kawama) en la mano, bajaba la cuesta Lempira, su cráneo brillaba, y su manga de tattoos brillaba tal como el bling bling de los reguetoneros. Un salto más al sol...el sol... uhu el viento rugiendo y entrando por sus pulmones, fluía su adrenalina, con su patineta era un tren bala, cuando había algo que le gustaba bajaba sus tirantes. Las chicas lo esperaban al final de la cuesta, pero fue Juana, la que lo hizo detener su patineta. Y vio como ella iluminaba su vida. Entraron al antro y ahí estaban sus pocos colegas. Tomó el mic. Sonrió de forma burlona y enseguida cantó al estilo de la Walter “Mosca” Velázquez* –Me da risa, como estos chepos me joden. Y a los que son. ¡Verdaderos hijos de puta! ¡Ni un vergazo de los míos! ¡Les meten! Como me gustaría.
 ¡Tenerlos aquí en mi celda con mi maldita anarquía! Aquí en mi celda... En mi celda tengo fantasías sobre volarte tus tejas.
Sintió el calor y se despertó atolondradamente, y pensó “que hiede aquí” “Mierda no tengo un mierdoso lápiz” y frunció el ceño recordando el estribillo de la canción –¡¡Argh fuck!! Gritó y exclamó –¡¡Por la gran puta!! Luego miró hacia los barrotes, sonrió porque se imagino que ya habían pasado las veinticuatro horas y era tiempo de que lo soltaran.