Un Dios subterráneo es una “nobela”
inaugural que nos cuenta la historia de una generación atrapada entre los
lóbregos brazos de la drogadicción, el alcoholismo, la promiscuidad, el crimen,
la pobreza o la riqueza, el abandono, el dolor, el desamor y la muerte. En
ella, su autor nos ofrece una visión decididamente contemporánea y sin decoros
de las desenfrenadas prácticas de una juventud que ha vivido en el límite de
los extremos como un conjunto de energúmenos frenéticos que jamás respetaron
las etapas de la vida, que se saltaron todo, que vivieron demasiado rápido para
hacer honor a las frívolas sentencias de héroes inverosímiles como Jack
Keroauc, William Burroughs o Jim Morrison, y que anduvieron por el mundo bajo
las tóxicas consignas de: vive rápido,
muere joven, y tendrás un cadáver bien parecido.
No
es de extrañar entonces que el aparecimiento de este maravilloso trabajo de
verdadera creación literaria, más que de mera reproducción de palabras, se convierta
con el tiempo —como le sucedió a Miller—, en una novela fundacional que dé
inicio a una nueva tradición narrativa en Honduras y acabe con otras; sólo porque cada final es un nuevo comienzo, y porque, en palabras del autor,
“todo fin será siempre lo más cercano”.
Albany Flores Garca